11 de octubre de 2008

Let me see you stripped just for me...


Esa estoica invitación al jardín escondido:
translúcida y opaca, ligera cortina.
Descuidada emisora de humaredas perfumadas,
hipóstasis cotidiana de botines enterrados.

Una fría línea que hila con otra igual, astuta,
un bella proyección de edípica esfinge.
Mudo y hermético gesto y seña, símbolo,
rasgo que sólo muestra, que nunca dice.

Un rumor: temor al fuego, precaución al rosal
o quizás a la salvaje estocada… ¿quién lo sabe?
Un navío que surca el mar de los momentos
sin pretensión de detenerse en algún puerto.

De metafísica se apetece tejer estos versos
pues especular sólo puedo. Magna, cruel adivinanza.
Hacer girar teorías y tratados, axiomas, garabatos
alrededor de su núcleo, de su aura y su neblina.

Lo suyo, es mi creencia, no es mera marquesina:
aguarda y actúa un secreto. Limpio, honesto, constante.
Una cálida marea que no alteran los astros.
Un tímido arrecife que no rompen las olas.

Multitud de capullos y de botones se abren
a la menor provocación del colibrí o de Febo.
Sólo uno aguarda, prudente, en y por la sombra
preservando con celo su rojo y su miel.

Un cariñoso reflejo en la superficie, vibraciones
de los sabios peces que nadan en sus aguas.
Caprichosas formas que se mueven tras el biombo,
que sumen en la añoranza de su grito desnudo.

Ni el arco y la lira del tiempo y del contento
han podido extraer del tierno fondo alguna melodía.
Una vez frente al altar, prohibido el relicario,
aunque deambule el rey con humilde indumentaria.

Déjame verte… así. Nada más así. Sólo verte.