18 de diciembre de 2008

Cuestionario



*

*

*

*

*

*

*

*


Una tenue brizna de naturalidad controlada; una intransigente y pasiva petición de principio, suave y educado arrojo. Así comienza esto. El lirismo pregunta al instinto: - ¿Quieres ojos? Te los daré sólo por esta tarde - . Largas piernas, altas y egipcianamente incólumes, dos deliciosos juncos entrecruzados del Nilo. Sobre un pequeño plato de porcelana, una taza de humeante café: aromático adorno de aquella estampa instantánea.



Acomoda el abrigo en el respaldo de la silla. Sus labios púrpura claro, de bordes casi demasiado carnosos, preguntan: - Entonces, ¿no estudiaste pintura ni dibujo en algún taller o escuela, verdad? - . Los enunciados circulan inútilmente alrededor de la mesa: son ropajes invisibles, telas carentes de pudor que dejan traslucir mediante cada parpadeo y mediante cada ondulante trago de saliva dibujado en los cuellos, la silueta de eso volcánico que hay en nosotros, el magma mismo de la indecencia imaginada.



Un par de personas abandonan, juntas, este amable lugar de reunión, aquel edificio bohemio y de elegante bullicio, mercadeo de los vapores y las voces, a las 7:48 PM.



En la obscuridad (que como dijere Bataille, nunca miente), luces vagas besan las superficies trémulas del templo del alma. Un eco, una mancha. Música del espejo de los perecederos e inmortales días. Las manos preguntan: - ¿Es por aquí por donde debo de ir? ¿O acaso mejor por este lado? - . Se olvida el decurso del río, la gravedad se apodera del sueño y lo somete a sus plantas. La noche se ha vuelto un sublime capullo, un fin en sí mismo. Todavía merodean algunos reproches, algunas gesticulaciones y ruidos innecesarios. Humanos, pero no demasiado. La incomodidad se pierde en la bruma. Un último y envidiable gemido que rompe, se instala y emigra. Después, el sedoso remanso se extiende, como corpóreo y cálido silencio.



Un pequeño ratón mira desde uno de los rincones del apartamento, a unas jóvenes figuras esbeltas y fantasmales que se visten, regresando eventualmente a la normalidad.



La puerta del 17-B se abre a las 7:53 AM. Nos abrazamos al despedirnos y huelo profundamente directo de sus delicados cabellos, esos grandiosos perfumes de soleadas sabanas y de sábanas blancas. Los motores se encienden lentamente, y las llantas comienzan gradualmente su marcha. Un último vistazo por el retrovisor, helado y opaco. Los rayos índigo de la madrugada hieren las cosas. El recuerdo pregunta: - ¿He sido soñado? - . Una honda sonrisa resuelve el enigma.

13 de diciembre de 2008

Confidence


*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
Not a single note
upon those layers of leaves.
A simple feeling vanished
all the way into the cold.
Black and white flowers together,
like a holy crown,
covering with amusing grace
every shame I felt.

Not a broken hearth.
Not a flag burned out.
Just this breath and grass.
The sky surrounding them.
Why did we always saw strangers?
Come here, do not be scared.
Sit down by my side, gently,
and let’s just see dew falling down.

Once I opened my throat so wide:
a flock of doves may dangerously escaped.
Hidden behind my solitude,
there is my son, there is my daughter.
Look at them. They are so mine.
Jumping, playing with the curtains.
Like a shuffling spirit
your hands does not touch me anymore.

Sacred bodies, orphan souls.
Scrupulously speaking,
please do not sail again your ship this way.
Off the shore, one chant: a view.
My cell-phone it is turned off.
Lights and tickles in my ear.
Hawks and spitting seeds.
Raisins of an ancient store.

That flashing human torch, you are.
These annoying spark, these flushes in my abs.
Those gardens beneath red horizons.
One minute of a deep-sweet-something.
Again, twilight smiles so quietly to me.
Once more, echoes appears so fast,
kissing the walls inside our heads.
Trembling, one long and silky neck is my only pray.

“A kingdom for a horse”, once he said.
Now I say: my kingdom for a woman. A real one.
The great parfum of a voice
and the elegance, the grace, of a walk.
Fantasy and sorrow mixed together
in this tragic-comedy of we.
We? I cannot smell a voice yet.
But I clearly listen to the steps.

And they are so loud, I had to say…

12 de diciembre de 2008

Ángela (fragmento)

[...] Noches que invadieron mi imaginación, como embarcaciones de tierras cenicientas, con imágenes profundas y vacías. Noches en las que olvidé todo: ¡todo! con dichas inconfesables y con un gato que miraba cómo se movían mis manos; ahora aquí, ahora allá. La ilusión del contacto aconteció no sé cuántas veces. Noche de luna clara y sosiego intranquilo: la tensión quieta de la vida. Noche de octubre en la que demuestro (falsamente) que es posible vivir sin nada, respirar y latir sin necesidad. Y lato, lato, lato, y la espera no es larga porque el sonido de los grillos se escabulle, bailando a través de la ventana mientras una vaga memoria del mar coquetea con mis ojos; y me ilumina. Y no tengo nada, no tengo sufrimiento, no tengo sonrisas cómplices, no tengo pestañeos nerviosos, ni tus ojos de haber visto todas las diferencias del mundo, tus ojos de poeta que pretenden saber todo, bendita imposibilidad de lo aprehensible, no tengo tu aliento a vino añejo ni tus brazos cubriendo mi cintura caliente, tu fuerza que me eleva de mí hacia mí y luego hacia ti, no tengo tu lengua probando la sal de mi cuerpo y mi cuello se contrae añorando la humedad de tu boca y mis piernas tiemblan sin tus manos que les llevan violencia y un temblor de pájaro que apenas deja el nido. No tengo ni la fortuna del tedio, no tengo siquiera deseo. Toco la casa y la casa toca el aire y el aire toca el sonido y el sonido te toca a ti y ya puedes sentir este abandono. Y amaneces al vacío, en la cama de algún hotel en México, y yo en la estúpida rue Fontan sin poder crepuscularme así. Porque dar todo, en mi caso, es darte Nada y no menos. Mi Nada, todas mis nadas, yo toda, toda para ti. Y tan lleno como eres, como de fuego un sol que no siente, lo tomas para que devengamos uno, me tomas aunque tomarme así implique hacerte vacío, echarte a perder, tú con tus palabras que se anulan en la caricia que estremece mi entrepierna, abierta, mojada, oliendo a ti, oliendo a pelo y a agua madura que no germina. Pobre, crees que sabes todo sobre mí y la verdad es que apenas empiezas. Yo voy a ser tu desaparición, tú te pierdes en mí, y yo plácida me encuentro así... fruición de disolverte, hacer solución tú y yo, tú adentro de mí, yo dentro de ti, yo mejor porque tú ni te das cuenta. Y amarte, amarte sin llamarlo así, porque eso no es, pero ¿qué mas va a ser perderme yo también en ti? Ahora tengo espirales de azul mortal y tensiones sonoras del trópico, de cualquier vórtice de alguna ola infinita, de alguna playa en la que hice que me hicieras tuya. Tengo las lucecitas en la rue Fontan, tengo las cenizas de mi padre, y yo sin saber qué hacer con ellas, tengo el piano, ese piano viejísimo en que tocaste a Charlie Parker cuando te conocí, sí el día que te dije que detestaba el jazz y tú con tu cara de conocedor-medio-profano-pero-culto-venido-a-más sin saber qué hacer y yo muriendo de risa por dentro, sólo probándote para que me trataras como a una estúpida, o de menos como a una de poco gusto, pero tú muy amable, seguiste tocando a Monk o a Gillespie, sin saber que tus manos me excitaban, sólo ahí, percutiendo las teclas y yo fumando para disimularme, para huir de ti sin poder, para evitar desearte y ahora ¿dónde estamos? Tengo a la gatita, Lola, la de Jacques, que me mira y se muere poco a poco. Y tú, transfiguras nuestras pobres vidas en sueños de niño que mira los faroles de la calle taciturna y estás repleto de voluntades de absoluto, tan falsas como cualquier filosofía y también así de verdaderas. Estás en busca de metáforas nuevas para representar tu propia vida, como hace todo lo vivo. ¿Será que triunfas? ¿Tal vez por encima de la vida misma? Pero yo tengo una gata blanca que va a morirse. Ella no me toca, no es nada para mí, pero me mira como tú me miras y a ella ya se le han agotado los tropos. Pero he tejido esta invisible armadura -más dura que cualquier metal- que se llama soledad. La he tejido como a una antigua fortaleza de agua y de sal, maestría del dolor que al desaparecer yo como una lluvia, ya no es ningún dolor. Y es que, como concluimos una vez, el dolor es la maestría de lo cotidiano, y la soledad la maestría de ese dolor. Ahora, jadear por un instante, perder la voz y sentir el aliento sureño de tus movimientos y el hálito frío de no ser nada; y tener la facultad casi divina de admirar callada la poesía de tu silencio. Y ese olor dulce a libro viejo y ese placer raro e inacabable de no saber qué danzas ni qué estaciones iluminarán las palabras. Noches de whisky y de ausencias de todo y marchitez de la vacuidad de esas noches, noches que hubiesen querido ser días, días gastados en absolutamente nada. Noches en las que fui y ya no soy, noches en las que fuiste y ya no eres. Pero noches también en las que fuimos y aún somos, eso sí. Eso sí. Una metáfora gastada. [...]

6 de diciembre de 2008

Amor Etéreo

«Hoy no dijo nada, ni salió, ni se asomó por la ventana, ni se levantó de la cama… es probable que no haya abierto los ojos todavía. ¿Y, por qué hoy? Ayer sí, hoy no, sin una razón que pueda hacerme comprenderlo.»

—Ahí está la libertad. La libertad para faltar a la mínima comprensión.

«Algo incomprensible es algo libre; pero hay que entenderlo como es debido. No significa que lo que no comprendamos es libre, sino que lo que no tiene comprensión posible lo es: es libre lo irreductible a otra persona… no, a otra persona no: es libre lo irreductible a otra consciencia.

»La libertad es esa distancia ontológica entre un yo y un tú. Por eso, con completo derecho de hacerlo, me manifiesto contundentemente contra la libertad mía, pero, principalmente y con gran desgarro del alma que alberga en este cuerpo, me manifiesto en contra de que las personas que quiero sean libres… la otras pueden hundirse en la mierda, con gran gusto de mi parte por poder enterarme de ello, pero con indiferencia hacia el fundamento de su actuar y de su ser.

»Particularmente ella, que no se ha levantado de su cama, ni ha abierto los ojos; particularmente ella, que no se levanta y que en su visión ciega del mundo no puede darse cuenta de que por lo menos hay una persona que en este momento ocupa todo su pensamiento en tratar de imaginarse su cara —una cara que es dulce, pero no dulce como el azúcar, sino dulce como vainilla— y el suave movimiento que sus labios hacen tratando de apaciguar alguno de los tormentos con los que sueña, y que ella no sabe que no son reales… Ah, si ella supiera que eso que la hace moverse no existe; y que existo yo, que no puedo dormir cuando ella duerme, porque me asusta que no vuelva de su mudo onírico y que pueda volver a dibujarse mi cara en sus ojos cafés, tan comunes como los míos, pero que están más allá que los de cualquiera; ojos que proyectan y reflejan al mismo tiempo…»

Así lo escribió en una hoja suelta que encontró; tomó un lápiz y se alegró porque con el grafito su letra parece mucho más bonita que con tinta. Así de superficial es este hombre, pequeño hombre entre los pequeños que ya no se afana en encontrarse porque se sabe perdido y entonces decidió que no tenía caso buscar una obscura esfera vacía y colocada a una distancia infinita con la que no podría hacer nada una vez encontrándola, y se le presentó la oportunidad de buscar una esfera igualmente vacía, pero recubierta de mil formas desconocidas e iluminada por lo colores más impredecibles, aunque a una distancia varias veces más infinita. Una búsqueda más entretenida, sin duda, porque aún si no la encontrará —como sabe que es imposible hacerlo— la sola contemplación de sus formas merece ocupar el tiempo que de todos modos se pierde.

Pero hoy no dijo nada, a pesar de que ella se comprometió a decirlo, no con palabras, es cierto, nunca le pronunció “mañana te lo diré”, pero nunca había hecho falta eso en los compromisos que hacían y asumían, o eso pensaba él, que siempre se hunde demasiado en su propia negrura y vacuidad interna. Tal vez lo olvidó, porque los pensamientos que no se dicen se olvidan rápido, y más rápido se van los que no sólo no se dicen, sino que no se piensan, y a penas se sienten… o tal vez eso se lo estaba diciendo. Si no se ha levantado, eso es un dicho en sí mismo… pero no, el compromiso era “mañana te lo diré”, él estaba seguro de eso.

Ayer, cuando después de atravesar la calle tapizada por una plasta pegajosa de origen incierto, se detuvieron enfrente del mercado de flores y él se quedó absorto por un rato, estaba pensando en ella. Contemplaba uno arreglo inacabado, al que estaban agregando unas gladiolas y que se agitaba como en protesta, y él pensaba solamente en la manera en que titubeaban las rosas y otras flores multicoloridas y sin nombre como buscando el lugar para el que habían nacido y como buscando que su muerte no fuera a terminar como si la primavera no tuviera un significado que llegue más allá de junio; y este pensamiento no era sino todo ella, la mujer que lo acompañaba y a la que él dedicaba, desde hace varias semanas, la mayoría de sus pensamientos y, en los últimos veinte minutos, absolutamente no hubo instante en el que no hubiera un ella que acompañara todas sus representaciones. Sin importarle las implicaciones kantiano-ficinianas que hayan surgido de esta condición de su conciencia, él permanecía en la contemplación del arreglo floran en proceso de su acabamiento, y en la idealización y adoración de la divinidad que es la mujer que lo acompaña. Mientras, al mismo tiempo, esa mujer que él ha endiosado está a su lado, percibiendo el ajetreo cotidiano de un mercado público ubicado en la acera de una avenida trazada por el demonio y atrapada entre los gritos más variados que casi tratan de imitar súplicas y sin olvidar la plasta pegajosa de la calle y ha empezado a frustrarse por la desatención en que la tiene él, que sólo se ocupa de las flores y quiere decirle “vámonos de aquí”, pero no se atreve. Si él quiere ver flores, que las vea; si no le importa estar aquí, en medio de tanta cosa hiriente, adelante; y también se da cuenta —porque es cierto— que él no piensa en ella. Y no es que no la tenga en mente, en cierto sentido, pero la mujer en la que mantiene ocupada su mente no cambia, es única y sólo puede ser contemplada; no existe, pero ella sí existe y soporta los olores fétidos que no sabe de dónde llegan y que ya han provocado que se arquee y se lleve las manos a la boca un par de veces. Y mientras él piensa —y siente sinceramente— que no puede encontrar una cosa que él no sea capaz de sacrificar por la comodidad de ella, que así se tratara de un capricho para que estuviera mínimamente más cómoda que implicara un sacrificio o renuncia importante de su parte, él lo haría; mientras eso pasa por su mente, cuando ve las flores, no es capaz de verla en su petición. Es verdad, ella, la que existe, tiene poca importancia, por lo menos cuando se enfrenta con ella, la que no existe.

«18:43. Todavía no se levanta», Escribe. Toma un sorbo de una tasa de té. «Es mentira que no sepa de su compromiso, lo que sucede es que no le importa si deja de cumplirlo. Pero, en cierto sentido, el que no lo valore es ya decir mucho.» Él se hunde cada vez más en una bruma de su negrura, como es costumbre suya hacerlo. «Está bien, si no quiere decir lo que debe decir, está bien. No importa que no tenga ni la cortesía de inventar un pretexto, no importa que no le importe saber que yo estoy aquí, desde la mañana, pensando en ella, que anoche cuidé sus sueños. Cuánta cobardía, cuánta…» Entonces estrelló su lápiz contra el papel y le destrozó la punta, sintió un calor en su estómago y ardor un poco más arriba, unas pocas náuseas, se tira al piso, estira sus brazos y aprieta los puños…

Ella, en su cama, con fiebre, ha vomitado varias veces y ha deseado que él pudiera acompañarla, pero no la ha llamado porque, si no se ha acercado para preguntarle por qué no se levanta, sin no le parece raro que a las 19:00 no se haya aparecido por el exterior ella, entonces, ¿cómo iba a importunarlo?

1 de diciembre de 2008

Domingos

Ver cómo se van las formidables configuraciones del tiempo se ha vuelto nuestro pasatiempo favorito. Nos hemos comido completamente, uno al otro, impulsándonos recíprocamente con dulzura y violencia de niños. Tú y yo ahora somos el actuar incesante de las tensiones inmedibles de una corriente del mar adriático. Nos apagamos con el duermevela del tiempo, sólo para encendernos de nuevo, espontáneamente, como los fuegos de un rayo, para ser nuevos y los de siempre, como los días y las horas. Me tomas y sonríes, me llevas a donde tú quieres y viene a coincidir tu querer con el mío, viene a coincidir tu amor con el mío, tu desaparición con la mía, tu desgarramiento con el mío, tu soledad con la mía. Venimos a ser tú y yo, venimos a ser formidables configuraciones del tiempo. Reparamos en nosotros mismos y la felicidad mía ha devenido la misma que la tuya. Así pasamos nuestros domingos.

Ángela (fragmento)

[…] Ángela: tú me miras como si las moléculas de tu piel no desearan unirse en esta cohesión misteriosa que es tu cuerpo y tu vientre se estremece. Ahí, perdidos entre nada, porque el espacio de la cama de dos que se aman, a veces es tanto como nada, nos tocamos con el frío que una noche de octubre ha levantado desde el suelo y la sombra del ciprés de tu patio y, Ángela, la noche nos cala los huesos, pero yo te aprieto contra mí y tú te fumas un cigarrillo. Me arrojas hacia esa esquina prohibida de la soledad que ahora se llama deseo y tu cama tiene una delicadeza inmóvil que me hace reír, pero sin querer. Tú preguntas enfadada “¿porqué te ríes?” y yo, que soy tan frágil como tú –porque tú eres un ave de cristal, que baila en los crepúsculos como una estrella muriente– nunca en mi vida he ignorado algo con tanta vehemencia. Y me dices que si estoy pensando en María, y me reclamas haber hablado por teléfono con Isabel, y me dices que cuando escribo no somos nadie, que la vida es otra cosa y que ya no importa si tú y yo poseemos la fuerza inconfesable de los niños, y yo sólo te miro, porque no sabes lo que duele que fumes así, que te suprimas como te suprimes ahora, que te esfumes como se esfuma la inocencia en tres instantes; el primero, el de la muerte, el segundo el del amor y el tercero el de la vida. Tus labios, que son fuego se callan y se marchitan en el silencio de unas hojas tristes de ciprés en otoño, y te mojas la mejilla sin querer y tu cigarro se termina, como se terminan las cosas, como se va un sol infinito y se quedan sólo las olas y el sonido breve y potente del olvido, de lo que no fue, de tu cama sin poder moverse, del reloj idiota que apunta que son las tres de la mañana y que nos perdemos en las sabanas, y nos perdemos en mirarnos, nos perdemos en perdernos, pero es que yo no puedo perderte. Siempre vuelves como una ola, acarreando sal y tú sabes salina, sabes amarga, sabes a cigarro y a que ya olvidaste porqué tu lengua me busca como un niño pequeño que tiembla ante el vacío.

Pasan las horas y nos buscamos, como las semillas el suelo… cayendo con una fe, infinita y germinal […]

Tazas

Se cayeron las tazas y los colores del suelo emanaron alguna especie de efluvio inmaterial con sabor a pérdida. Perdí la fe y ella se va. He vuelto a caer como cae una taza de café, negro y cargado, sin azúcar por favor. Ahora yo soy los pedazos quemados que buscan volver, algún día, a ser como el agua que se separa y se une con delicada indiferencia.

17 de noviembre de 2008

Escala amoris (después de leer a Miguel Hernández)


¡He allí al poeta que le canta a su amada!


¡He allí el poeta que, con el alma desgarrada, recoge los jirones de lo que todavía queda de ella para zurcirlos en versos y estrofas!


¡He allí al poeta, con los días nublados y las noches largas, ausente en su propio cuerpo, pues es otra su dueña!


¡He allí al poeta, ardiendo en desventura y helándose en solitario, desencantado del mundo por la falta de una mujer, de una fémina singular: la única para él en la tierra!


¡He allí al poeta, reclamando al Cielo y desgarrándose las ropas, vociferando en contra de la injusticia y del desequilibrio cósmicos, con la boca llena de despecho y de desasosiego, vomitando anhelos rotos y esperanzas vanas!


¡He allí al poeta, pobre miserable, apenas humano, arrastrándose en el suelo por un amor, por un querer imposible, o al menos, no realizado!


¡He allí al poeta, aquel triste ángel que ha perdido las alas y el rumbo de su vuelo! ¡Santificado seas, ser uranio y bendito! ¡Ahora mismo, he de unirme a tu elegía! ¡Aquí va mi dolor también!


Esgrimo un par de enunciados sobre el papel. Le doy de vueltas a un par de frases. Repaso una tras otra las imágenes sensuales que han conmocionado mi vida y las promesas de amor de mujer a lo largo de mi vida: ni una sola línea sale de mí con sinceridad, todo es emotividad forzada. He querido cantar, gritar, llorar, maldecir, y no he podido ¿Por qué? ¿Nunca he amado a una “ella”?


Veo al poeta abatido y rasguñado, tirado a los pies del mundo: lo miro con mudo respeto y empatía. Al mismo tiempo, rebelde, una parte de mí grita: - ¡Pero que ingenuidad la suya! ¡Qué poca visión, cuánta ceguera! ¡Es él mismo el que se ha hecho tanto daño! ¡Qué fanático, qué loco!


¿Es qué acaso no se ha dado cuenta del sagaz espejismo de los hombres, del voluptuoso fantasma de la infatuación llameante? ¿Es que acaso no ha volteado su cabeza hacia arriba y no ha dirigido sus ojos a la fuente primigenia, esa punta de pirámide de donde toda gracia y todo encanto provienen? ¿No es suficiente el resplandor de belleza que emana sobre todas las cosas?


¡Ea, poeta! ¡Despierta ya al mediodía, que a la que quieres no es a una, sino a todas y a ninguna! ¡Aspirad al todo y no a la parte! - .


Cada estímulo, cada señal, cada trozo de añoranza compartida: mi alma dividida en dos. Brusca oscilación entre Urania y Pandemia. El jardín de los senderos que se bifurcan.

11 de octubre de 2008

Let me see you stripped just for me...


Esa estoica invitación al jardín escondido:
translúcida y opaca, ligera cortina.
Descuidada emisora de humaredas perfumadas,
hipóstasis cotidiana de botines enterrados.

Una fría línea que hila con otra igual, astuta,
un bella proyección de edípica esfinge.
Mudo y hermético gesto y seña, símbolo,
rasgo que sólo muestra, que nunca dice.

Un rumor: temor al fuego, precaución al rosal
o quizás a la salvaje estocada… ¿quién lo sabe?
Un navío que surca el mar de los momentos
sin pretensión de detenerse en algún puerto.

De metafísica se apetece tejer estos versos
pues especular sólo puedo. Magna, cruel adivinanza.
Hacer girar teorías y tratados, axiomas, garabatos
alrededor de su núcleo, de su aura y su neblina.

Lo suyo, es mi creencia, no es mera marquesina:
aguarda y actúa un secreto. Limpio, honesto, constante.
Una cálida marea que no alteran los astros.
Un tímido arrecife que no rompen las olas.

Multitud de capullos y de botones se abren
a la menor provocación del colibrí o de Febo.
Sólo uno aguarda, prudente, en y por la sombra
preservando con celo su rojo y su miel.

Un cariñoso reflejo en la superficie, vibraciones
de los sabios peces que nadan en sus aguas.
Caprichosas formas que se mueven tras el biombo,
que sumen en la añoranza de su grito desnudo.

Ni el arco y la lira del tiempo y del contento
han podido extraer del tierno fondo alguna melodía.
Una vez frente al altar, prohibido el relicario,
aunque deambule el rey con humilde indumentaria.

Déjame verte… así. Nada más así. Sólo verte.

14 de septiembre de 2008

La última cena


*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*

…Entonces él grita. Y todo se calma de nuevo. Desliza su mano por la pantorrilla… sube, sube y sube.

- ¿Quién eres ahora? – le pregunta de manera dulce.

El calor se mantiene. Pequeño remanso en la iracunda corriente. El sudor escurre, se dibuja en el lienzo. Son dos para las cinco. Las cortinas de vez en cuando dejan pasar la ambarina resolana, ingenua espectadora del ambicioso suceso.

Por fin se callaron los perros que ladraban afuera… ¿Qué se avecina? Nadie puede describirlo aún. El vidrio de la ventana, medio flojo, se tambalea solo con ayuda del viento. Y él sigue subiendo. Sus ojos arden, centellean en ellos demonios mitológicos y días del juicio, sodomía y misas negras en las que los invitados son obligados a lamer objetos irreconocibles y a fornicar con sujetos desconocidos.

Un increíble ruido sale de la femenina laringe de la víctima. No es convencional: resulta parecido a esos gemidos que emite el cisne durante sus últimos días en la tierra, o como un puerco vomitando la última sangre de su cuerpo, colgando cabeza abajo en algún rastro clandestino.

- ¿Te gusta?- vuelve a preguntarle.

Sus deliciosos y delicados hombros desnudos tiemblan, como la llama de la vela que accidentalmente se apagó ayer a la medianoche, cuando ambos todavía eran confidentes y contertulios, cuando aún no había revelado Cerbero sus otras dos cabezas. El victimario pasa la hoja afilada por su barbilla, le besa uno de sus dos pezones erectos; erectos ya por la adrenalina, ya por las horribles delicias que siguen haciendo estallar su carne interior, flagelada incisiva e insistentemente por las emociones sufridas durante las últimas veinte horas.

- ¿Quieres que cambie de canción?- insiste en entablar una conversación, inútilmente.

Una y otra vez se ha repetido en el reproductor, “The Downward Spiral” de Nine Inch Nails, sin descanso, durante todo el abrupto trayecto, produciendo ya una especie de efecto hipnótico en ambos que oscila entre la exacerbación y la náusea. Pero no importa. Todo está bajo control. Casi toda la extensión de su cuerpo ha sido besada y lamida, delicadamente, de manera angelical. Sólo algunas de sus partes han sido deliberadamente quemadas y cortadas. Pero es un pequeño sacrificio que hay que pagar por el hedonismo más elevado, por el más puro de los tantrismos.

- ¿Aprietan mucho las vendas, mi amor? ¿Quieres que las aflojemos?-.

Una mano, fuerte, como de piedra, toma una de sus nalgas y la acerca hacia él. Hace lo mismo con la otra. Dirige una mirada explosiva al techo, santificando aquel día y aquellas cuatro paredes que apadrinaron su obra. Por doceava vez consecutiva, la penetra: una vez por cada apóstol de Cristo. No requiere más que de algunos minutos para recuperar su energía y su rigidez entre apóstol y apóstol. Su bestial aliento emerge con cada exhalación, rojo púrpura invisible, como de una chimenea del Tártaro: sólo las moscas y los muertos pueden verlo. Permanece vedada para los normales semejante fluorescencia. Se rompe la porcelana contra el acantilado. Se desgarra la seda al pasar junto a las espinas del rosal abandonado.

- ¿Recuerdas lo mejor de tu vida ahora, linda?- vomita risueño.

Los ojos desorbitados y lacrimosos de la joven, expelen un olor crispado de dolor insoportable y de desbordante placer que, junto a sus pechos blancos y redondos que penden de su tronco y sus alargadas y curvilíneas piernas que yacen flexionadas, conforman la poesía estridentista más bella que jamás se ha escrito, el pañuelo mejor bordado de toda Europa, de toda Asia. Sólo dos días antes su amable e ingenua vocecilla le había invitado, a aquel pulcro y enigmático mancebo, a cenar a su apartamento. Sería divertido, agradable. Dos botellas del mejor vino, un pavo horneado que perduraría en su paladar mnemotécnico toda su vida. Coito. Un affaire. Eso era todo. Pero es mejor no confiar siempre en la costumbre: a veces los presentimientos emiten palabras más profundas, más duraderas. A veces ver por el ojo de la cerradura no basta.

- El pavo estuvo delicioso, he de admitirlo. Eres buena cocinera, anfitriona, y amante sin duda. Aunque el vino… mmmhh… no sé… dejó un poco que desear. ¿Qué cosecha dices que era? - .

Un movimiento rápido sobre el cuello. Un último beso en la frente. Una úlcera en el corazón. Una paloma blanca escapa presurosa de la alcoba. Largos y rubios cabellos adornan la alfombra persa, manchada de juventud. Limpia su hoja en las sábanas santas. La enfunda. Se levanta. Se marcha. El reproductor sigue tocando…

He escuchado que no hay mejor manera de conocerse mutuamente en la intimidad que jugando al equilibrista sobre los bordes de la sensación misma, desnuda de toda pretensión y de toda significación: la escenografía entera se cae y es posible asomarse tras bambalinas. Al menos eso es lo que se dice…

13 de septiembre de 2008

···

En el tiempo hay una parte vacía, que no es posible rellenar con llanto, por lo que es necesario rellenarla con una manía inconfesa de alcanzar el insondable infinito que implica la existencia de alguien más. Y, ¿qué es esa cosa que pasa con nosotros? ¿Qué más da la vereda que se escoja para llegar al inevitable precipicio? Y, sin embargo, aquí estamos, firmes y decididos a encontrar algo que siempre se nos ha presentado como inexistente: la satisfacción. ¿Satisfacción de qué? No importa en absoluto: satisfacción de una carencia en cada caso (y si alguien se atreve a hacer la pregunta necia, la respondo: carecemos de todo, excepto de nosotros mismos, quiero decir, de nuestra compañía). ¿A dónde llevamos todo esto? ¿Por qué nos odian?

También se sabe que a las únicas personas a las que realmente podemos hacerles daño son a las que nos quieren, a las que confían en nosotros ¿Por qué confiar? ¿Por qué no? Es necesario para vivir; es, la mayoría de las veces, por pura comodidad, para ahorrarnos el trabajo que implica desconfiar. Obviamente, no les confiamos la vida, mi vida se la confío únicamente a ella, a quien no le puedo negar algo que no me pide, pero ahí mismo está la cuestión ¿Qué vale el que yo le dé mi vida, si no puedo no hacerlo? Y, antes que todo, perder, para siempre perder.¿Dónde, dónde, dónde está?

23 de agosto de 2008

Infancia

En un tropel inesperado que ahora baja por la buhardilla, mientras el coro de pianos, voces, guitarras y gritos inundan el lugar, no puedo creer que aparezcas. Martín permanece con Muriel, acariciándose las manos mutuamente, sin darse cuenta por encima del griterío que allí estás, que permaneces con tu collar de rubíes falsos de siempre (la sempiterna voz de mamá llega a mí a través de tu mirada, profunda y extrañada) y entiendo quién eres, hermana mía.

Todos siguen entonando canciones y algunos cuantos se besan, o simplemente charlan en alguna esquina o alguna mesita de mármol, al compás de las luces caóticas de nuestro recinto, las luces rojas y verdes y anaranjadas y amarillas y azules de este lugar, tan dado a la extinción y al olvido. Aldo, con su saco café, sus gafas que recuerdan a algún galán francés en algún bar sepultado, escribe, escribe, escribe y tambalea las flores mullidas y dobladas (tulipanes) que ha poco Angélica le ha rechazado. (Ella, mirando al cielo, fingiendo no reparar en el presente, le ha dicho:

>>)(ANGÉLICA: –Usted vuela sobre aires y redes que a mí me sofocan y hacen arder la piel. Ojalá pudiera yo compartir sus intenciones de terciopelo, de satín y de seda; sus miradas desbocadas que alumbran puentes de textura salina entre usted y yo. ¿Me comprende? Soy frágil como una luz mortecina, el azul de mis ojos se lo confirma con cada suspiro; temo romper sus artificios con mi trémula movilidad, parecida a la de un colibrí, que describe y descifra con abatimiento de alas y aritméticas, los enigmas del espacio.–)
>>)(ALDO: –Estas flores son el cadalso y la aldaba, el pestillo y también la discreta llave. No hace falta que yo mire sus ojos, sino que usted mire los míos (un poco de gato y un poco de fuego). Comprenda que no hace falta deshilvanar distancias, ni aún componer los hilos fosforescentes que insuflan el espacio que usted y yo habitamos. Es cuestión de regocijo y de melodía, de fiesta {y} de vecindad, de lumbre y cadencia, usted y yo, usted y yo, usted y yo.>>).

Y es esto lo que Aldo escribe y lo que Angélica piensa. Y me incluyen a mí, que te miro escuchando la distancia y la música, y a ti, que te detienes como una eternidad sobre la escalera de madera, con tu presencia de madera que en cualquier momento hará combustión y me abrasará.

Muriel y Martín te han mirado ya y desdibujan, por encima del clamor violento y rebelde de la música, las imágenes que antes, meramente ideales, ahora transparecen efectivas, en abrazos y besos hacia ti, transformadas en materia, y tú respondes con la misma transposición, luminosa y feliz de verlos de nuevo, tu hogar, tu hogar, al fin tu hogar. Los pianos atrabancados gritan y es en verdad goce lo que los une a las manos implacables y enloquecidas de mis mejores amigos músicos, unos locos de remate, de Schoenberg y de Viena (igual que Schoenberg).

(Nietzsche dijo, aunque ya todos lo mastiquen sin reparar en el sabor y la textura, y aunque cualquiera finja saberlo, “La vida sin música sería un error”. Pero la música sin vida es lo mismo y yo quiero vivir aquí, en esta morada sin bocinas, con las cuerdas y los saxofones y los coros de voces que se vuelven verdades irrevocables para cualquiera como yo y como tú.)

Y la horda de verdades desemboca en ti, que saludas a todos los viejos amigos y con gracilidad de ave llevas memorias a todos, como una aurora añorada desde lejanías de tiempo y distancia, la misma , la misma, la misma.

Abajo en mis zapatos aún resuenan las olas que nos mecieron a ti y a mí, con un fragor inaudible, la primera vez que nos vimos, como si desde entonces un mar mudo e inmóvil hubiese inundado el mundo entero, cubriéndonos y enlazándolos por medio de ocultas cadenas de esferas de agua, de aire, de tierra y de fuego. (Así, cuando alguno de los dos agitara la mano, sintiendo miedo, el otro lo sabría en cualquier lugar).

Martín, con su innegable presencia deslumbrante, y Muriel, con su encanto inexplicable y sutil, se despiden de todos, agitando brazos mientras todo el mundo baila, descontroladamente, apurando vasos y fumando cigarrillos, sosteniendo conversaciones mundanas y no, hojeando los libros sobre las terribles imágenes de Goya y las otras desenfrenadas de algún pintor holandés, sobre la poesía oculta tras un árbol de Varo y el surrealismo, sobre el cinismo y la vanguardia de Hirst y de Barney. Angélica ahora entra por la escalera y se queda mirando a Aldo, que la observa fijamente.

¡Milagro de la simetría!

“Eres una perla secreta, cuya verdadera ubicación sólo yo conozco, ajena al bullicio de la festividad circundante; tu secreta existencia es un faro al que nunca llegaré (eso lo sé muy bien, mi jazzgirl) pero cuya luz brilla con intensidad, siempre, siempre, siempre.”

Contigo (con esa constancia de torre inmarcesible) ninguna angustia ni ningún miedo pueden atemorizarme, porque te quedas aquí y yo me quedo contigo, en cualquier lugar. Me das una confianza que sólo hombres antiguos conocieron, pero tú no eres un Dios, terrible e imposible, sino carne, cómplice de mi sangre y de mi espíritu.

Aldo y Angélica estarán bien. A ella le agrada jugar, como si cazara algo, como una abeja reina completamente sola y aún así llena de riquezas. A él le gusta el sufrimiento como una práctica de vuelo, se eleva y en verdad flota por encima de todo y alcanza alturas imprevistas cuando se flirtea con el dolor. Y así, ella tiene un poco de ave y él un poco de abeja. (¿Pero y si todo esto muriera? Tú no podrías negarlo en serio y sin embargo eres una niña y serías pródiga hasta con la muerte y hasta con los plenos y ricos de espíritu. Eres digna y hasta perdonas la arrogancia de quien es verdaderamente grande. ¿No será que, en medio de este salón desvencijado y lleno de humo, tú también eres grande y te alzas, inmensa, por encima de nosotros, cubriéndonos a todos? ¿No sentirías tú también vergüenza de no ser digna de tu propia grandeza?

Claro que todo esto no ha pasado esta noche y todo esto yo no lo sé (¿cómo podría saberlo?) pero es la verdad, como sabrás (y ahora te guiño los ojos: “como tú quieras quiero”).

Lo que importa es que estamos aquí, ahora, ahora, ahora. Fatales, como una brisa de verano, nos hemos encontrado. Tú sonríes y miras, como esperando. Yo te miro con ojos entornados, como sin poder creer que eres la misma, ¡la misma! La misma. Y yo, yo, yo permanezco callado, contigo. Es una seriedad exquisita.

Y así, nos rodeamos con los brazos, a través de separaciones irreales y por encima de los hombros vemos, como encerrados dentro de una esfera hecha de espejos. Vaya felicidad. Tu honestidad me pone así. ¡Con qué ojos infantiles te miro!

Una niña, como hecha de flores pregunta: ¿qué quiere decir ahora? ¿Qué quiere decir tiempo? ¿Qué quiere decir siempre y nunca y luego?

Estamos así, ahora y aquí, no importa más. Y aquí hacemos una digresión con Platón y sus Ideas y también en contra de algún Borges trasnochador: el molde es la cosa misma y la cosa es también el molde. El café, las notas del piano, la sonrisa, la pluma, el azúcar, los amigos, el cigarrillo, la servilleta, el humo, la carcajada, la lágrima, el techo, el verde, el faro, las flores, la metáfora, la cajita, el castaño, la inocencia, el abrigo, la pintura, la mirada, el ruido (y el fondo), la risa, el cuaderno, la taza.

Así deben ser los funerales, como una fiesta que celebra con vehemencia la vida y la muerte: tú y yo; yo y tú.
Sin lugar a dudas estoy seguro de que prácticas de vuelo es el mejor texto que verá el sturm und drang. Como sea, me da gusto salirme justo después de haberlo leído, porque al leerlo me doy cuenta de que no tengo nada qué hacer como parte del sturm und drang. Adios y gracias por ese texto.

22 de agosto de 2008

Prácticas de vuelo

Y justo cuando la vio supo que ahí comenzaba el camino; apenas otro paso, otro escalón; que acaso cuando él piensa, privilegia lo que no existe por encima de lo que existe, (que eso es el arte) hacer posible lo imposible, aunque sea en el modo de la irrealidad. Uno, dos, tres, cuatro peldaños y aún sigue: no se ha dado cuenta de que ya ha bajado, de que ya está abajo: y ella le mira a los ojos, pero no comprende; quizá lo sepa, y hasta le plazca saberlo, pero no hay duda de que no le comprende; a ella el tiempo le pasa como si nada, como si en los poros se filtrase el agua y la desaparición fuese cosa de todos los días; esto último es verdad. Así es.

Pero a él el tiempo le pasa de otra manera. Se levantó de la mesa, se puso el sombrero, envolvió la opacidad de su corazón en un pañuelo y lo guardó con cuidado en el bolsillo del saco. Abrió el paraguas -aún posee la extraña nobleza de proteger su amargura- y pensó que la tristeza es una posibilidad fácil, aún así, la suya, la única suya. En algún otro tiempo, este hombre también tuvo que bajar, también pudo oler su cabello y ahogarse en sus ojos. Ahora se va, como si irse fuera cosa de todos los días.

Un intento y he podido explanar el pañuelo que soy yo mismo. Me alcé por encima de todas las alturas, como quien vuela en espacios sublimes, rotos de tanto color, densos por causa del polen.

Dos intentos y he vuelto a caer. Ella se llamaba nada y lo que más le gustaba hacer era el vacío. Contradicción eterna pareció en otro tiempo. Porque parecía en verdad que un día iba a ser algo.

Tres intentos y he vuelto a caer. Ella fue mi cuerpo, y también la sutileza de un suspiro incisivo. Yo estuve ahí en el suyo (en su cuerpo), la gravité como quien espera derrumbarse en millones de cristales, como quien espera precipitarse para mojar el universo.

Cuatro intentos y me sostuve un segundo. He vuelto a caer. Allí estaba la resolución, el cuarto con los vitrales que alojan todas las formas, el estante con todos los libros. Y la puerta vacía, esa puerta vacía que con dolor se aleja de mí (una amiga mía ha desvanecido sus pinceladas encima de mí).

Cinco intentos y pude tocar una nube; una cirrus de sangre. Y he vuelto a caer. Ella es todos los cuerpos, y arrogante, ha iniciado un gesto de elevación que amenaza con quebrar el mundo.

Ahora, yo he elevado mis manos a las alturas que nunca merecí y me convierto en un pequeño gesto de niño distraído y mentiroso, aspirando a la belleza que nunca fue mía, buscando unos ojos que maúllan y que, resueltos sobre su propio destino, han decidido ya el último decurso de una vida (¡de una vida entera!) y en los que nado como un intruso infantil, deseando que dormir en esos ojos, para que ellos también duerman en mí, sea a la vez encontrar la bendita dignidad de la muerte.

Morir. Morir como se muere un viento de oeste, morir como alguna antigua canción de serenidad, cuya armonía se desmorona. Morir como alguna estrella o como se muere un amor, lleno de fuego y lleno de altura; pleno de ninguna cosa. Como el niño que fui y que solía abrazar la vida como si eso fuera cosa de todos los días.

Para Marlon Orozco Baños.

13 de julio de 2008

Tarde azul para jugar

Amenazado por unos ojos que se asoman a través de una rejilla. Un aliento que viene del oeste y se disipa ya lejos de mí, aunque sé que no desaparece para siempre, que siempre va a estar ahí tal vez disperso, y que antes también estaba. Una permanencia que no se justifica para mí: un mundo siempre igual y un yo siempre perdiendo cosas (y a sí mismo).

Los intrépidos ojos negros suyos seguían fijos en mí, ¿cuánto tiempo habría pasado? Cualquier cantidad podría haberse creído. Esa mirada era secundada por la imponente presencia de su piel morena y la blancura delicadeza que se habían permitido sus senos después de tanto permanecer ocultos; pero hoy no, ni mañana. Separados por una rejilla y por algo más, que verse no puede, pero sentirse sí; y unidos por algo semejante, ocasionalmente llamado deseo, con una increíble imprecisión, quizá concebida a propósito.

Una de esas cosas, uno de esos días que todo el mundo conoce pero que nadie sabe, caminando, siempre caminando llegué hasta su vista, y víctima fui nuevamente de su encantamiento y nuevamente mi pecho ardió y mis ojos se abrieron y demás blasfemias que operan sin consentimiento mío, sólo con la venia de Dios y obedientes a su propósito. Y yo sin entender la manera en que su pecho late ni en que sus pupilas se dilatan, distante de ella por un abismo, sin saber cómo ni por qué quiere ni los motivos por los que se mueve; sabiendo sólo que me miraba; sonriendo sin, tal vez, poderlo evitar, mirando a un cúmulo de carne moverse, mirarla y también sonreír.

Frío y calor como los únicos elementos del mundo: nada más se necesita para querer la vida. Una mejilla tibia recargada en mi pecho tratando de contener la fuerza de mi latido. Pensando aquí, en el olor solamente de su cabello y en los artificios que me engañan siempre, que siempre me provocan. Sin nada que decir ante el desfile desorganizado de las ardillas que por sí mismo expresa, que en sí mismo contiene todo lo que decirse puede, porque esas ardillas son nuestros pensamientos. Un cuello que oculta secretos tantos y tan varios, que ha sido visto de tantas maneras, que une, cual frágil puente, la querencia y la necesidad. Una figura conocida en un suave abdomen maleable y juguetón, y unos pies.

Parado aquí, soportando de frente la ola que viene del pasado, que está encima de mí, que caerá inevitablemente, que inevitablemente me hundirá, que me empapará de su sabor salado.

El cielo despejado, azul como nunca antes. Golpes y violencia infantil, regocijo de no poder reconocer al otro. Un asesinato inocente, un juego vaiviniente donde la naturaleza trae y arrebata, donde el sol genera y degenera; y una solemne, inexorable ley que resplandece sobre todo, que nos obliga a actuar viéndonos solos, que nos conduce, ciegos, por do le conviene, por do los juegos ya no acabarán.

Maté a la de piel morena y negros ojos, a pesar de mí mismo.

8 de julio de 2008

Metempsicosis


En medio del sordo rugido de la bella muchedumbre y de los navíos varados de mis rodillas, permanecía sonando una clase muy particular de música, festiva y energética, que comenzaba a inundar y a expandirse por todo el lugar gradualmente, convirtiendo todo en rosa, en puntos fluorescentes y de maniaco frenesí. Los agitados cabellos claros y suaves de la juventud, estandartes de lo frívolo, producían un efecto hipnótico en aquellos individuos que no participaban de la fulgurante danza, como era el caso. Luces estroboscópicas y rayos policromos de varios grosores y longitudes bañaban las deliciosas espaldas, hombros y cuellos de las estilizadas doncellas, despreocupadas espigas agitándose al ritmo cadencioso del viento de Julio. En este caso, el viento era aquella resonancia estruendosa que emergía de las bocinas y de los altavoces colocados estratégicamente a lo largo y ancho del recinto, produciendo un sonido envolvente y de alta fidelidad que erizaba los vellos y que retumbaba en los huesos.

El beat, el acompasado y monótono golpeteo dominante, recordaba aquellos ancestrales rituales de variados y míticos pueblos alrededor del globo, mismos que, bajo el influjo del ritmo de numerosos instrumentos de percusión y de la cálida sombra de las fogatas y de las piras, lograban entrar en comunidad con los otros mundos, con poderosos espíritus y dioses a través del movimiento extático de los senos y de las caderas, del abundante espumeo de sus bocas debido a la pérdida momentánea de su conciencia, de la pupila de sus ojos. Un gramo de efímero romance, una pizca de fugaz aventura, una onza de dionisíaco olvido: preciados tesoros de los asistentes esa noche a la ardiente festividad, buscados y perseguidos con tanto afán y con tanta voracidad que daba miedo, que daba asco, que daban ganas de unirse desinteresadamente a su cacería y desparramarse en el mundo, posteriormente, embriagado de placer y de deliciosa, dulce náusea.

El suelo tiembla, mis bostezos huyen despavoridos. Las botellas se vacían y dejan ver, desnudas, sus hermosos y vítreos colores. La pista de baile se llena, revelando bajo la escasa luz las exquisitas y broncíneas piernas de una horda de hembras provenientes de las mesas laterales y de los sofás blancos de enfrente, las cuales, gustosas y con carcajadas fantasmagóricas y adorables, nos muestran a través de su entusiasta agitación y de su voluptuoso brillo cutáneo, el espíritu más profundo de lo humano sin siquiera saberlo: el elixir mismo de todo lo vivo y de todo lo móvil. Hay cortinas de humo levitando por encima de las cabezas irreconocibles, figuras azuladas y caleidoscópicas que se rompen y se reconfiguran al más mínimo roce con alguno de aquellos cuerpos, de manera mágica y desconcertante. Todo es luz, todo es obscuridad con traje de fulgor y de envidiable desinhibición.

Un escalofrío asciende por mi espalda, idénticamente como el legendario dragón asciende hacia los cielos en forma de turbulento relámpago. Impredecible, como la noche, un pensamiento se abre paso y se instala, cómodamente, en medio de mis convicciones y de mi vulnerable moralidad. Me levanto de mi silla, rumbo al sanitario. En el camino, me encuentro a alguien que no reconozco en medio de todo ese alboroto, a la mitad de ese ilimitado jolgorio, deleitable auto-destrucción. Me lleva de la mano hacia la salida. Las risas se vuelven balbuceos, el mar de música se vuelven ecos lejanos. Volteo hacia atrás por última vez, y como en Sodoma, una hermosa y curvilínea chica se convierte en sal, con la Gomorra post-moderna como muda testigo. La figura desconocida, mi guía, por fin consigue sacarme de la cueva y ponerme de frente al frío saludo de las silenciosas y enigmáticas calles de la madrugada citadina. He vuelto a nacer. Me pasa todo el tiempo.

26 de junio de 2008

Nadamás viendo

Vio sus ojos y nada más necesitó ser visto. Un día la acompañó y todo el camino supuso familiar una ruta desconocida para llegar a un punto al que, en toda su vida, poco tiempo había abandonado. Ese lugar era pequeño y estaba circunscrito por un cilindro de luz, de la única luz que había en todo lo que alcanzaba a ver, pero antes le pareció todo tan claro. Y ahí, los dos solos, con la vista dirigida cada uno hacia el rostro del otro pero sin mirarse, viendo sólo colores de una figura sin forma, viendo algo que no es posible, comenzaron con una danza de manos. Todo de ellos, excepto sus brazos, permanecía inmóvil. Sus mentes también se movían, sin duda, pero cada movimiento era ocultado por el sucesivo y la inmovilidad era lo que aparecía cada vez, cada momento era quietud, así que la suma de los momentos lo era también.


Ese lugar, que parecía el único lugar, se veía blanco, se sentía blanco y se soñaba eterno pero finito en el espacio: después de todo, sólo es un lugar, uno solo, el mismo siempre que es a la vez todos y ninguno porque está libre de todas las determinaciones, excepto de las suyas, un lugar que él inventa y hasta donde había sido llevado por ella, siguiendo un camino desconocido con un descuido imperdonable.


La danza de los brazos continuaba. Era aquello como estar tocando una estatua cálida y suave, como de un mármol que acaso había sido divinizado por alguno de los tantos y tantos olímpicos que ya no se acuerdan de nosotros y que, aunque débiles, siguen presidiendo nuestras vidas. Sea así o sea de otra manera; al cabo de un tiempo las manos dejaron de sentir, tal vez de tantas sensaciones. Pero también los otros sentidos cada uno a su turno, gradualmente, sigilosos y amables: mundos evanescentes, retirados de la realidad, apartados de la conciencia: cuatro de los cinco míos, cuatro de los infinitos de Dios. Así pasó hasta quedar en un mundo bidimensional, de sólo formas y colores, que sin los demás andaba muy confundido. Quedaron los dos en un mundo plano, donde el espacio ya no existía, donde se había ocultado cobardemente para evitar ser derrotado, donde la distancia era infranqueable, inasible, inconcebible.


Era él sólo vista; el rostro de ella y su figura se le manifestaban, pero todo era plano, era mudo, era inodoro: era una pintura. Se dio cuenta de su impotencia, de su insignificancia. Un mundo, más pequeño que el anterior pasaba frente a él, pero sólo pasaba: él ya no estaba dentro. Entonces, el deseo: ansia, desesperación, terror: «¿Dónde está ella?: enfrente de mí, ahí está aparece. Pero eso no es ¿Dónde su voz calmante, soporífera, violeta? ¿Dónde su olor a flores, a sudor, a mugre? ¿Dónde sus suaves manos, sus escondidos pliegues, sus tibias secreciones? ¿Dónde está ella?: eso no es». Trató inútilmente de moverse, trató inútilmente de abrir la boca, trató inútilmente de decirle, de hacerle, de oírla, de sentirla, de probarla, de asquearse de ella, de retorcerse en su vientre, de esconder su nariz entre sus cabellos, de resbalar la yema de sus dedos sobre su frágil cuello, de encontrar todo lo encontrable en ese cuerpo tan material, tan humano. Fracaso, frustración: dolor interno que no podía se inhibido por otro ninguno, de ninguna especie: máximo dolor (soledad absoluta).


La vista cambió, súbitamente fue recorriendo la luz, hasta ver sólo eso. Lo más probable es que su cuerpo haya caído, y sus ojos hayan quedado fijos en un horizonte eternamente blanco. De eso no podía estar seguro; de lo que sí, es de que duraría para siempre.


Entonces y sólo entonces se dio cuenta de la infinita separación que siempre hubo entre ellos.

24 de junio de 2008

mademoiselle

-¿Quieres ver mis entresijos?-me dijo.
Con las manos agarradas a la mesa, me volví hacia ella. Sentada frente a mí, mantenía una pierna levantada y abierta; para mostrar mejor la ranura, estiraba la piel con sus dedos. Los "entresijos" de Edwarda, me miraban, velludos y rosados, llenos de vida como un pulpo repugnante. Dije con voz entrecortada:
-¿Por qué haces eso?
-Ya ves-dijo-, soy DIOS...
-Estoy loco...
-No es verdad; debes mirar: ¡Mira!
Su voz rasposa se suavizó y se hizo casi infantil para decirme lánguidamente, con la sonrisa infinita del abandono:
"¡Cuanto he gozado!".
Madame Edwarda.
G. Bataille.

17 de junio de 2008

Axiomática Erótico-Estética


AXIOMÁTICA ERÓTICO-ESTÉTICA

Indicaciones Preliminares:

1.-Todo axioma, como en todo sistema y en toda filosofía, es provisional y contingente, sujeto a un perpetuo devenir y a una transformación constante. Existe no como regla inamovible, sino únicamente como señalamiento o demarcación conceptual en pos de un seguimiento temático más o menos ordenado que permita establecer una serie enumerativa de asunciones respecto de los temas implicados, con viras de aumentar la certeza propia respecto de los mismos y de clarificar el intrincado panorama teórico en el que hemos decidido internarnos.

2.-Es necesario un círculo de estudio y de discusión de los problemas para su adecuado funcionamiento. La naturaleza misma de la serie exige una progresión dialógica de corrección y revaloración de estos mismos axiomas de manera necesaria, por medio del enriquecimiento en el enfrentamiento discursivo; la refutación y complementación en la exposición teórica en medio del determinado círculo social al que nos referimos. Es por ello que resulta necesaria su exteriorización, corrección y aportación constante entre los individuos que conformen dicha comunidad.

3.-Si en determinado momento, que quizás podría ser identificado como el final necesario del círculo de estudio y de discusión, las máximas exigencias (es decir, las más difíciles en acuerdo consensuado) de los involucrados han sido saciadas y una vez que hayan sido cumplidos sus fines aclaratorios en lo posible, es decir, una vez que sea notoria la inutilidad de la enumeración y la sistematización para el espíritu reflexivo de los participantes, la Axiomática Erótico-Estética deberá ser borrada de los archivos virtuales existentes. En su estado material (hojas de papel), deberá ser quemada. El olvido nunca es absoluto: es necesaria la desintegración de las certezas parciales en el ámbito literario-filosófico, así como la naturaleza se desintegra a sí misma construyéndose a través de su devenir.



I.- Hay atracción entre individuos de la misma especie con fines procreativos: podemos llamar a eso sexualidad.

a) Existe una conformación corporal y orgánica del individuo que conlleva en su esencia la atracción sexual (estructura del cuerpo, rasgos faciales, estatura, peso, tez, formas femeninas y/o masculinas, etc.): a estos podemos llamarlos caracteres sexuales primarios.

b) Existe una conformación identitaria y del individuo que conlleva de igual manera a la atracción sexual (forma de vestir, de actuar, de hablar, de desenvolverse socialmente, preferencias y gustos, etc.): a estos podemos llamarlos caracteres sexuales secundarios.



II.- Hay insinuación y despliegue de la función de los caracteres sexuales en forma de juego para desembocar siempre en un fin sexual: podemos llamar a eso sensualidad.

a) La sensualidad no siempre se ejerce con viras de un propósito de procreación. El fin último de este tipo de sensualidad es el placer sensorial.

b) En el fondo, el placer sensorial es el artilugio de la sexualidad para consumar la procreación, aunque el individuo no sea conciente de ello.

c) Depende del sujeto, en la medida de la amplitud de su conciencia, del fin último del placer sensorial derivado de la sexualidad: la procreación. Por lo tanto, depende de éste cumplir con su último fin, o elegir sólo el fin parcial.



III.- A la atracción sexual únicamente basada en los caracteres sexuales primarios de un otro podemos llamarla concupiscencia.

a) El individuo, dependiendo de la intensidad de su apetito sexual, siempre responde a un estímulo externo de naturaleza concupiscente. Este estímulo o impulso es siempre automático, inconciente, mecánico, como las funciones corporales básicas necesarias para la vida. Ningún animal (incluido el hombre) está excento de tal impulso primario de atracción: aquí entran en una sola categoría tanto las mentes más simples, como las más complejas. Es lo más cercano que hay al concepto de "igualdad" en la naturaleza.



IV.- Hay atracción entre individuos de la misma especie con fines recreativos encaminados al olvido de las preocupaciones propias, esto es, al entretenimiento: podemos llamar a eso simpatía.

a) La simpatía siempre conlleva siempre bienestar de por medio. El buen humor es su artilugio más frecuente, también la atención dirigida. Transfiere a la persona la cualidad de "agradable".



V.- Hay atracción entre individuos de la misma especie con fines de aprendizaje vital y de autoconocimiento en el otro: podemos llamar a eso empatía.

a) La empatía siempre conlleva identificación de intereses interpersonales compartidos y de afinidades psicológicas o espirituales, mucho más relacionadas con los caracteres sexuales secundarios que con los primarios. Transfiere a la persona la cualidad de “interesante”.



VI.- Hay sexualidad basada, junto con la atracción ejercida por los atractivos corporales, en las características identitarias o de personalidad de un otro: podemos llamar a eso interés sensual. Esta es producto de la fusión de la concupiscencia y de la empatía. Es el punto medio entre la efectividad de los caracteres sexuales primarios y los secundarios para las mentes más complejas.


VII.- Hay sexualidad basada, junto con la atracción ejercida por los atractivos corporales, en el bienestar recreativo generado por el otro: podemos llamar a eso recreación sensual. Esta es producto de la fusión de la concupiscencia y la simpatía. Es el punto medio entre la efectividad de los caracteres sexuales primarios y los secundarios para las mentes más simples, o sea, promedio.


VIII.- La fusión de la empatía y de la simpatía conforma la amistad.

a) No puede haber amistad cuando la concupiscencia está presente. Tal cuestión es imposible de suyo. Lo que hay es sólo una variante de convivencia social: ya recreación sensual, ya interés sensual.

b) La amistad sólo se da cuando la empatía es más fuerte que la simpatía, y no al revés, lo cual resultaría una simple camaradería, cuya naturaleza es mucho más superficial.



IX.- Cuando la concupiscencia, la simpatía y la empatía convergen en un mismo individuo, sobreviene un estado anímico muy particular y poderoso: podemos llamarlo enamoramiento.



X.- Cuando el enamoramiento prescinde de inteligencia emocional para consumar sus muy particulares fines y es incapaz de observar los parámetros prácticos reales u objetivos de la circunstancia (pérdida de perspectiva en proyectos futuros, equipolencia entre pros y contras de la relación en pos de un bienestar compartido), es llamado infatuación.

a) Mayor es la ignorancia respecto de los aspectos negativos del enamorado, mayor es el poder del enamoramiento. Mayor es su conocimiento de las circunstancias reales del mismo (tanto positivas como negativas, pero sobre todo estas últimas), menor es el efecto, y menos poderoso es el enamoramiento.

b) La infatuación es un tipo de idealización, similar a la idealización política o religiosa. Es por tanto, negativa como estado anímico. Es necesaria su superación en pro de salvar la dignidad del individuo.

c) La superación de la infatuación nunca es voluntaria, sino dada por las circunstancias externas, pues estando inmerso en el estado de infatuación se pierden por completo los parámetros del juicio, y no es posible la ejecución del buen razonamiento. Aquí, el individuo queda desarmado, a expensas de la fatalidad.

d) Hay enamoramiento perjudicial y enamoramiento benéfico, el cual se determina por el atentado en contra de la dignidad propia o por su deseable potenciación. Entendemos por diginidad la preservación conciente de aquellos paradigmas éticos y morales que propician en el individuo las formas más depuradas de la libertad humana: el autodominio mediante el conocimiento de sí, y el aprovechamiento del carácter y el talento propio con fines creativos o poiéticos.La infatuación es siempre perjudicial.

e)La superación del enamoramiento perjudicial raras veces es voluntaria, aunque sea menos poderosa que la infatuación. Cuando es voluntaria, es propiciada por la supremacia del intelecto del individuo sobre sus instintos más básicos, o lo que es más o menos lo mismo, el triunfo de la dignidad sobre la concuspisencia (en su estado más grosero), la simpatía, la empatía y sus demás derivados híbridos que ya hemos mencionado.



XI.- La variedad o cualidad de los caracteres sexuales es muy numerosa. No siempre atraen nuestra atención las mismas formas en los cuerpos ni las mismas peculiaridades en las personalidades, es decir, los mismos caracteres sexuales: hay diversidad en las preferencias, desde los rasgos primarios, hasta los secundarios. Hay contingencia y variabilidad en la atracción sensual dentro de un mismo sujeto. No puede haber ciencia aquí, sino sólo un más o menos consensuado sentido del gusto tendiente a la universalización.



XII.- Sin embargo, detrás de tal diversidad subyace siempre cierto esquema previo, el cual llamaremos cierto ideal de belleza, de la cual nunca cruzamos su demarcación. Esta idea sensual es subjetiva, no universal, como ya dijimos, por mucho que tienda a lo general. Está determinada necesariamente por los prejuicios sociales e históricos del sujeto en cuestión, en plena comunión y co-participación con los instintos más básicos de reproducción y las exigencias más apremiantes para la sobrevivencia y la perpetuación de la especie (innatas e inconcientes: genéticas, diríamos hoy) .



XIII.- Este ideal es alterado, mediante el tiempo y la experiencia vital de manera mínima y poco significativa. Permanece en el fondo siempre igual: sólo se construyen sobre de él algunas de sus partes, enriqueciendo así el objeto sexual. Diríamos que no se modifica, sino más bien se depura, se perfecciona, se esclarece.



XIV.- Hay estrategia racional y mesurada en cumplir los fines de la sexualidad: podemos llamar a eso cortejo o flirteo. Es la herramienta por excelencia de la sensualidad, y casi su homólogo.



XV.- A la maestría derivada de la sabiduría obtenida por la reflexión (teoría, ciencia) y el ejercicio (práctica, experiencia) del fenómeno de la sensualidad, pero sobre todo del de la sexualidad en todas sus vertientes y en cualquier ámbito de la vida, podemos llamarle conciencia erótica o erotismo.

a) El erotismo en una conducción racional de la sexualidad, una percatación y degustamiento de nuestra naturaleza inherente más esencial. Representa sólo una guía para el instinto, nunca hay subordinación absoluta. Responde a la autorreflexión de los procesos mecánicos de lo sexual y su mesurada aplicación bajo el influjo de la creatividad, y por ende, figura como un buen uso o aprovechamiento de la misma.

b) El erotismo conlleva siempre conocimiento del cuerpo (propio y de un otro).

c) El erotismo siempre conlleva conocimiento de la personalidad (propia y de un otro).

d) El erotismo conlleva siempre conocimiento de las circunstancias externas que propician la sensualidad en todos los ámbitos sociales y políticos (en uno mismo o en un otro).

e) El erotismo tiende sus lindes con lo artístico, y por ende, con la apreciación estética del mundo.

f) El erotismo enriquece al individuo, no lo degrada. Potencia su dignidad, no la disminuye. Es la forma más perfecta y más lograda de la sexualidad humana, y por tanto, la más deseable para nosotros.

Mientras ella tañía el Gu-zheng



Avalanchas de paz cayendo sobre la urbe desatada.

Estandartes de dulzura alzándose por encima de los ecos comunales.

Argumentos melómanos sobrevolando sus trincheras de fina y alba piel, soplo de alelí.

Un pequeño peine de oro en medio de la calle. Resuena sin ser escuchado… un himno como no se ha oído otro jamás. Fluorescentes marquesinas en Hong Kong alertan a mi daimon sobre las frías noches que me esperan a la esquina de mis días.

Nada explota: todo permanece en su núcleo. Un par de zapatillas asoman bajo el biombo de su traje, decorado con fénix dorados y dragones carmesí. Las tiendas de autoservicio no abren hasta dentro de cuatro horas. Decididamente, la madrugada no es la mejor ruta hacia la trascendencia… sólo los altos y ambarinos faros pueden presenciar su hazaña; mi secreto, plácido y momentáneo tesoro.

Una espalda semidesnuda, pálida y deliciosa como las laderas del Fuji, tersa y sumisa como la sedosa experiencia del baño caliente; equidistante tanto del bien como del mal, emanando marejadas de agresivo pudor, llamando tras el opaco pero traslúcido aparador de la derecha, de frente a mis tímpanos.

Dedos ágiles navegan por encima de las rígidas y etéreas cuerdas de metal, tal y como lo hicieren en algún momento aquellos bravos capitanes holandeses sobre los mares desconocidos del orbe. Largos y azabaches cabellos penden hacia las raíces del cielo, brillantes y lacios cual cortina diamantina de negro grafito. Un olor a azul vibrante se escapa de súbito de no sé donde, proveniente quizás de la taza de café de aquella deforme anciana, misteriosamente despierta a esas horas. Una cigarra también toca. La noche sigue. Los ojos miran. La conciencia se olvida de sí misma.

Algo se infla en mi pecho… algo arde, corrompe, penetra y se disuelve dentro. Nada pretencioso, nada ajeno. Ninguna consigna se enarbola hacia las masas en la vacía periferia. Sólo una sombra roja y amarilla, negra y blanca, zarandea mis pensamientos, los desarticula con el arma de su poderosa melodía. Fotográfico momento.

Toda una retractación, toda una acrobacia del alma. Sí… pudo haber sido allí. Pudo ser el primer día que vislumbre aquel accidental espectáculo. Arrogante, velada, arremangada de los ánimos, y tan musical que ni el mismo Orfeo hubiera podido destruir sus muros. Sus codos marcaban la posición del sol, y sus caderas señalaban la orientación con base en las constelaciones, al moverse controladamente allí sentada, en cuclillas frente a su instrumento.


Hermético vestido, brillante satín de tierras tan lejanas que los vapores de los tiempos han borrado de mis anales genéticos. El buen gusto, vulgaridad a su lado. La base de los días, un torpe esbozo comparado con el arco de sus delgadas cejas. Protegida por los espíritus del gélido sereno, mantenía al margen a todos los mortales… incluido éste, su humilde narrador.

Sigue el trabajo constructivo. Permanece remando el remanso y pudiendo el pudendo. Un par de friolentas ratas se asoman, con sus bigotes llenos de escarcha, contemplando al parecer mi estatismo. Mis pies son plomo, mientras mi alma es aserrín tirado al viento.

Un presentimiento: un regalo de manzanas y duraznos antes de dormir, un arcón toca inesperadamente a mi puerta. Casas de bambú que sostienen las trayectorias ajenas en verano. Huesos de perro lanzados al azar que regulan el acontecer en invierno. Blancas ciudades de granizo elevadas desde lo humano, sólo existentes para que aquellas suaves notas, fruto del acompasamiento de sus muñecas, pululen y penetren en todo, con el único fin de rondar sin rumbo, sembrando asiáticos y floridos árboles enanos en nuestros aletargados corazones.

Podría jurarlo: a tres cuadras de distancia de mis oídos, pude conocer el cálido arropamiento de la divina gratitud.
Esa noche, el mundo era mudo… mientras ella tañía el Gu-zheng.

Apuntes sobre el sentido filosófico del erotismo



El desarrollo teórico en la historia de la filosofía acerca del tema erótico es, sin duda, uno de los más apasionantes tópicos que se han explorado y que conllevan gran importancia en lo que concierne a nuestra naturaleza humana, según mi particular punto de vista. Al mismo tiempo, me cuesta trabajo tratar de recapitular alguna propuesta filosófico-sistemática que haya puesto un empeño directo y verdadero en tratar de desentrañar los problemas que ésta genera. Quizás por que los problemas eroticos mismos, desde estos pensamientos, se subsumen a otros problemas filosóficos, quizás por descuido, quizás por un acto deliberado de supresión negativa por parte del filósofo.

Podemos mencionar quizás como excepciones, entre los que vienen a mi memoria ahora a Platón, los renacentistas platónico-herméticos, Schopenhauer, la vertiente Sakta-Tántrica del hinduísmo, etc. Sin embargo, debido a mi actual ignorancia, no estoy seguro si haya existido alguno que se ha avocado al problema de lleno, desplegando toda su problemática en la amplitud y cuidado que ésta merece, y no sólo como rama o comentario filosófico derivado de reflexiones más generales. Quizás Bataille se salve de todo esto.
Parece haber una naturaleza intrínseca, dinámica y dialéctica del erotismo, vista desde sus inherentes dos facetas nunca disociadas del todo, es decir, de dos de los principales sentidos (si no es que los únicos dos) que impelen a la acción o a la toma de decisiones dentro de nuestra existencia en el terreno ético-político; reguladores, parámetros y motores de nuestra construcción vital: el placer y el dolor.
El erotismo se puede abordar, según veo, desde dos vías: la vía de la búsqueda del placer y el auto-conocimiento al encuentro con otro o la vía del encuentro y reconocimiento desde nuestro yo, con uno mismo: el auto-erotismo.
Ya sea por cualquiera de las dos vías, la situación ontológica del sujeto dentro del marco del erotismo siempre se ve activada por estas dos realidades antes mencionadas, la del placer y la del dolor. El placer provocado al encuentro erótico y la experimentación de las delicias del amor y la sensibilidad a flor de piel, siempre va precedido por un malestar constante y cotidiano cuando no se llega a ese status, cuando no se consigue lo anterior: parecerían dos realidades indisociables, bajo diversos grados, las mismas que sólo intercambian lugares simultáneamente en su manifestación sensible.
Puesto que nuestra naturaleza instintiva activa inconscientemente las pulsiones que nos llevarán (o nos debieran llevar, no en todos los casos se cumple) a una posterior reproducción de la especie, tal y como sucede en el reino animal (según del cual, tengo entendido, también somos parte), en cada manifestación o estímulo sensible del exterior que tenga alguna connotación erótica, nuestro organismo responde directamente mediante un enfoque de nuestras capacidades perceptivas a ese objeto, provocando una intensa reacción parecida a una fiebre o a un nerviosismo, dependiendo de la intensidad de ésta, con el fin de concretar el acto amoroso con él, o la experimentación de cualquier tipo de práctica erótica con este mismo.
Somos partícipes de estos estímulos todo el tiempo, y en el devenir rutinario es difícil, y yo diría prácticamente imposible, permanecer practicando el acto sexual en cualquier momento o en cualquier lugar. Además, no todas las personas o imágenes que producen en nosotros una atracción sexual están dispuestas a la plena realización del mismo, de lo cual se deriva una sensación de desazón y de ardor interior, un mal fisiológico que se ha denominado deseo. Es el dhukka (sed) budista, es la penia platónica.
Como es lógico, este deseo sólo puede ser apaciguado temporalmente, en último término, por las dos vías eróticas señaladas anteriormente: la relación sexual en cualquiera de sus prácticas o el auto-erotismo. Sin embargo, es menester reflexionar más profundamente sobre la naturaleza de este fenómeno que nos resulta tan vulgar o cotidiano.
¿Qué tiene este placer de especial para nosotros? ¿Qué es lo que sucede exactamente en nuestra conciencia al encuentro y experimentación de ese momento cumbre del erotismo que se ha convenido en llamar como orgasmo? Desde mi punto de vista, allí, como en las ceremonias religiosas de prácticas extáticas o en la ingestión de sustancias psicotrópicas para fines rituales, la médula de lo sagrado de muchos pueblos, sobreviene el fenómeno de la disolución del Yo, o la liberación de las determinaciones y restricciones que le impone nuestra corporeidad a nuestra espiritualidad. El lenguaje y la lógica pasan a segundo plano, y la estructura ordenada del mundo es suspendida por unos breves momentos. Es la ataraxia helenística, es el instante heideggeriano. En todo caso, en cualquier circunstancia, al saciar cualquier tipo de deseo estamos experimentando un placer relacionado con la pérdida momentánea del dolor psico-somático o de incomodidad existencial, en la cual también se disuelve la personalidad y la concepción racional y ordenada del mundo.
En nuestras necesidades más básicas como el orinar o el defecar, e incluso en situaciones aparentemente nimias, como ser presa de una fuerte comezón, y de otras no tan nimias como la experimentación de un dolor muy fuerte, en el momento mismo de la curación o de la expulsión de las excrecencias, de la satisfacción apaciguante de rascarse o de calmar el fuerte dolor, las barreras de la construcción del mundo se eliminan un poco o un mucho, y sólo podemos intuir lo que está a nuestro alrededor a través de esta experiencia placentera de la calma del dolor o malestar del que somos presas.
Sin embargo, y si fijamos la vista más detenidamente, son también las divisiones entre las que podemos situar la experimentación del placer y su inmediata disolución momentánea de la subjetividad y su esquema ordenador: una de carácter que impele a externar nuestro malestar o expresiva; y otra que, viniendo desde la exterioridad, calma nuestras afecciones, a la cual llamaremos curativa.
La experimentación del placer expresivo se da en cualquier tipo de manifestación o emisión a través de alguna actividad en específico con el fin de expeler el dolor o malestar que nos abruma cuando estamos bajo ellos. Esto, puede abarcar desde el nivel más escatológico como el de la expulsión de la orina o el excremento, hasta el más depurado como la práctica artística en cualquiera de sus facetas. En los polos, la naturaleza es la misma: darle salida a eso con lo que no podemos continuar con nuestros procesos normales y nuestras actividades cotidianas. Por otra parte, la experimentación del placer curativo se da cuando un agente exterior logra reparar nuestra interioridad al restaurar la integridad ontológica propia. Esta liberación del dolor y alcance del éxtasis se da, igualmente, en varios niveles; podría verse en un nivel curativo más inmediato y obvio como un recurso médico en una herida corporal o en un fuerte dolor en algún miembro del cuerpo hasta un nivel más elevado, como la experiencia estética-catártica con una pieza musical o alguna obra de arte en particular.
Habiendo hecho esta distinción, ¿en cuál clasificación cabe localizar al deseo sexual? Parece que lo más obvio es colocarla dentro de la experimentación del placer de tipo expresiva o de expulsión del malestar, trayendo como resultado la suspensión de las categorías subjetivas de tiempo y de espacio, e incluso para algunas filosofías, la fusión con una realidad unitaria, inefable y demás características trascendentales. Entonces, ¿cabe una plena identificación del orgasmo, cumbre del proceso erótico, con una experiencia estática religiosa o mística o con la ingestión de catalizadores psico-trópicos con fines rituales, o es lo anterior una exageración? No es seguro afirmarlo, al menos hasta no haber hecho una experimentación comparativa de tales vivencias, lo cual no es nada fácil, ni todo el mundo está posibilitado para su realización, según creo.
Según sabemos, el erotismo, aunque teniendo el orgasmo como uno de sus fines, es un proceso complejo en el cual se juegan muchas emociones que si bien están reguladas bajo el placer y el dolor, habría que ponerse a pensar qué tanto todas estas se encaminan hacia el orgasmo mismo o hacia otro bien en sí mismo, como la compañía de alguien con el fin de compartir experiencias y momentos a lo largo de la vida, o la misma estabilidad emocional que brinda el reconocimiento de ese otro que es un bien en nosotros, y que no sólo nos proporciona placer de ese tipo, sino un tipo de comprensión, bienestar y satisfacción de nosotros mismos.
No creo, basado en lo anterior, válido reducir al erotismo a la sola búsqueda del orgasmo, aunque sí sería la anterior la principal de sus metas. Y siendo esta una meta, habría que preguntarnos hasta qué puntos fenómenos no eróticos podrían también funcionar como metas en sí mismas, siempre y cuando nos conduzcan a este momento de comunión con lo existente en su nivel más puro, en la eliminación de los parámetros del ego y de las relaciones lógico-lingüísticas entre las cosas. Estas especies de explosiones fulminantes suceden a nuestro interior y que nos abren a cosmovisiones y experiencias fuera de nuestros parámetros normales, parecen ser las que regulan de alguna manera nuestros usos y costumbres. La mayoría de las personas busca en algún punto la suspensión de la subjetividad y el escape de la conciencia, ya sea por el método erótico, ya por otros como el entretenimiento masivo o la euforia colectiva, los cuales son importantes factores es de la emoción humana; otros mediante algunas bebidas embriagantes, sustancias alucinógenas o calmantes, puestas artísticas o experiencias de cualquier tipo que ataquen al principio de individuación y al movimiento rutinario de subsistencia humana.
Desde esta perspectiva, el erotismo, más allá de un puro fin reproductivo, se da como fenómeno al resultado natural ante las urgencias corporales y las necesidades psíquicas de búsqueda, en un sentido epicúreo, de mayores placeres y menores dolores, siendo la culminación de éstas, dicho de manera mística, aquellos momentos en donde no somos nosotros mismos, si no todo lo que hay. Desde la perpsectiva opuesta, en último término… ¿no va todo este juego de altibajos sintomáticos encaminado hacia la reproducción de la especie en sus mejores circunstancias posibles? ¿Qué son el placer y el dolor sino parámetros reguladores para la preservación de las especies? Díficil decidir cuál circunstancia antecede a la otra, tanto en importancia como en originalidad. Hay realidades básicas que trascienden nuestra comprensión inmediata, como los mismos designios bajo los que se mueve el último estrato de nuestra naturaleza.

13 de junio de 2008

Tarde de verano y sueño


*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
*
De camino al extranjero

te encuentro.

Hermosa, lúcida, tendida.

Con una vanidad callada.

Con una irónica ternura.


Apacible encuentro. Ímpetu natural.

El viento agita tus rizos.

El negro envuelve tus formas.

Lluvia de hojas sobre nuestros hombros.

El césped de testigo.


Lanzas tus ojos lejos

y luego los recoges en tí misma.

Obscuras y penetrantes flechas

llenas de timidez y de sensualidad oculta.

La madura niñez de tu sonrisa.


Sofocando al dolor con un sueño.

Serena, linda, transparente.

Capullo de mujer, idilio.

Seda suave y porcelana, coquetería.

La flor que evade al sol.


Dulcísimo trago. Deleite.

Calor que no quema. Conforta.

Platicar de nada. El pasar de las nubes.

¿Qué importa? Hay música y silencio.

Aquel día, el único guardían de tu fragilidad.
*
*
*
Sin ninguna duda Sören se había sentido incapaz de asociar sinceramente una joven, toda candor y sencillez, a su melancolía y a su destino espiritual, caracterizado por la excepción y la fatalidad. No podía hacer feliz a Regina sin iniciarla en un secreto que ella no podía comprender. No quedaba sino romper con ella. "Resulta muy duro, en verdad, causar la desdicha de otro y lo cruel aquí es que hacerla infeliz es mi única esperanza de que llegue a ser dichosa".
Eusebi Colomer, El pensamiento alemán de Kant a Heidegger, Tomo III (Sobre la vida de Sören Kierkegaard)

11 de junio de 2008

Desnudez

















Bajo la luz del árbol, un suave soplido aletargante. Un rincón, una lúcida obscuridad, un imaginario de idolatrías y de promesas cosechadas. Una dulce arrogancia, un desplante que huele a miel, a cristales puros y avejentados. El asomo por la ventana, el agitar de manos durante la épica despedida, la caricia con los ojos desde el mágico asiento de piel. Todo un barrer, todo un recogimiento, todo un baño aséptico de las bajas pasiones. Lucubraciones y afanes aparte, caminando erguido hacia el altar postizo, hacia el espectro de gloria que se vislumbra tras las cortinas. Ninguna sospecha, ninguna duda, nada que posibilite el impedimento de la deliciosa transición.


Suavidad de materia orgánica, delicado durazno trémulo, curvilíneo recipiente de deseos. El siseo de la tetera, el hilo de sol que se cuela por el techo, la morera de concreto que aguarda ser descubierta de entre las grietas de la acera. Afuera no importa, adentro es donde uno existe. En la alcoba, bajo lo translúcido de las sábanas y en la corteza del colchón, allí está la provincia, se enarbolan las ciudades y se articulan los pueblos. Madera, cieno, boca granate y cejas pobladas. Delgados dedos, uñas admirablemente simétricas, falanges dispuestos como ladrillos palaciegos, derrochadores de maestría.



Simetría en la atmósfera. Masajes y besos que nadie ha visto, por que nadie nunca los imaginó de esta manera. Imprevisto e impetuoso, lo penetrante del momento escapa y se une al vuelo de las gaviotas. Ángulos impensables, pero perfectamente plausibles. Morada de un domingo, nomadismo de un lunes o de un martes. Numerología y fe, aderezo del simple y del agnóstico. Angostas espaldas, ceñidas cinturas, un espejo humano retorcido. Un bello aparecer, una detestable sensación de exceso de placer que empalaga el espíritu, que funde la carne.



Duermo y regreso. Sobresalto e imaginación. Objetos que corren hacia mí, aunque mi conciencia huya de ellos. Calidez y verdadero respeto, recorrido por las caderas y los Himalayas, por el cisne, por el fruto. Adorno del Cosmos, clave áurea que abre fronteras, irrupción en las limitantes de lo posible metamórfico. Una suave pluma baja por sus prados, se asienta en sus llanuras y le arranca una cosquilla, un hilarante terremoto. Introspección de un otro mismo, un sumergirse en los azures arrecifes de la reciprocidad.



Anclado en tierras ajenas, señales de humo al viajero, botellas con mensajes al navegante. Maneras fallidas de comunicar lo incomunicable. Atavíos sin chiste, estructuras demasiado frágiles como para mantenerse derrumbadas. Una conexión latente entre los dos continentes, entre las dos masas transoceánicas que antes eran Pangea, madre de todos los cortejos y de todas las cópulas. Diosas de piedra, de metal, de nubes y de polvo planetario: de una o de otra manera portadoras del cetro divino, del yelmo y la armadura de su hermosura corporal, de su hipnótico canto al instinto. Pero, en este momento en particular: tú. Ahora… justo y sólo ahora…



Hoy eres todas. Hoy no hay lugar para otro tipo de experiencia, para otro tipo de desnudez.



Simplemente, no existe. No podría ni siquiera ser pensado.