30 de mayo de 2008

Practicando bajar las escaleras

Si bien esa mañana no era mala, tampoco aparecía por ninguna parte cómo podría superar a cualquier otra mañana cualquiera. Ventanas las hay por todos lados, ¿luego?, pues no digo yo nada.


Fuerza, ¿hay algo más en este mundo?


Sí, días los hay también solitarios, pero la diferencia con los no-solitarios no es tanta, parece haber más entre los nublados y los despejados. No importa ya, hay que bajar las escaleras. [«Un sauce de cristal, un chopo de agua, / un alto surtidor que el viento arquea, / un árbol bien plantado mas danzante...»].


Pero la vida terca siempre vuelve y grita, y más fuerte y cada vez más: aturde, resuena y nos despierta al mundo de los sueños y las ilusiones. Nos aleja de lo que es realmente, de lo que hacemos nosotros mismos cuando nos hacemos; inventando somos superiores, por eso las invenciones son mejores que lo dado.


Muchos parecen los escalones, pero diario los bajo y nunca tardo más de dos minutos. Hay cosas que pasan más rápido que otras; subirlos ya no es tan rápido. Cincuenta peldaños entre mí y ella, que ahora ha volteado a verme, y entre más me ve más grandes son los escalones y más pesado está mi cuerpo. Ella, su hechizo; para estar a su lado hasta respirar asfixia y la proyección hiere.


El tiempo me atraviesa como una lluvia horizontal de agujas. Miles de ellas pasando por mí cada vez que el tiempo es...


Pero ya voy, ya es hora. Quizás rodar por ellas me ayude a evitar el dolor; sí, pensar es lo más cansado. [«...el mundo cambia / si dos se miran y se reconocen, / amar es desnudarse de los nombres: / "déjame ser tu puta", son palabras / de Eloísa, mas él cedió a las leyes...»]

29 de mayo de 2008

ímpetu renacentista II

Definitivamente hay historia en el ejercicio del gusto... pero podría ser claro que también algo más que historia, lo "no dicho", por ejemplo; el cúmulo de prejuicios que--en tanto prejuicios--no forma parte de la conciencia que sobre la historia se tiene. Quién sabe si las brujas "no nos gustan tanto" sólo porque su existencia logró filtrarse de alguna manera a través de ciertos relatos no-históricos--o no tan eminentemente históricos--al relato histórico oficial...

28 de mayo de 2008

Sobre la (in)corruptibilidad del espíritu.

La primera vez que nos vemos estamos relucientes y completos (perfectos) como esferas, como luces sin tiempo. Murmuramos en la galería a través de los cristales de colores; yo los golpeo a martillazos y se deshacen en miles de pedacitos.
La primera vez que toco sus manos ya ha perdido algunos cabellos: sonríe en la galería (está hecha un desastre) y se gira hacia mí para decir algo pero no alcanzo a oír.
Para la primera vez que nos besamos, ya habíamos perdido las manos. Cuando terminó de escribir algo importante (una canción o un poema, algo que hemos olvidado) la galería se vino abajo; bebimos mucha agua e imaginábamos vidas enteras y sucesos incontables con el sonido de los árboles; hacíamos que la tierra y el polvo se convirtieran en gaviotas y aprendimos incluso a crear cosas sólo con decir la palabra correspondiente.
La primera vez que hacemos el amor, nuestros pies han desaparecido. Nuestros cuerpos desnudos se mojan uno al otro; sobre un lecho de satín negro se obscurece nuestra vista. La oigo respirar, siento su pecho inflándose, siento su corazón latiendo, ella también me siente, me mira a los ojos. Sólo me mira y entonces nos besamos; sentimos a través de la piel y de los labios, a través de sus ojos que siguen mirando, los trazos de una matemática pertinencia, previsiones vagas de algo infinito, algo que nunca deja de ser. (Sentimos miedo; tenemos miedo porque sabemos que cuando caiga el último grano de arena todo habrá terminado, porque no sabemos que pasa después; porque cuando se observa algo muy bello desde lejos no se sabe si lo que se ve es así como se ve o si es sólo una apariencia y un engaño. Después de todo estamos bien, estamos juntos). La mañana siguiente nos hemos quedado sin piernas.
El día que me rompió el corazón, nuestros brazos se esfumaron. La sujeté con fuerza; no quería que se fuera, quería que se quedara conmigo; pero no hizo caso, sólo dejaba que yo la siguiera aferrando. Busqué sus ojos pero ella no me miró, ¿habrá sentido algo cuando la miré así? Eso fue en un bar o en un café; o quizá en la galería.
La tercera vez que la veo hemos perdido casi toda la cabeza. Parece que está feliz otra vez. Está efusiva, brinca de un lado para otro, me abraza y me dice algo pero no he podido escuchar. Yo también intento decir algo pero tampoco escucha. Es el ruido, es la soledad, es porque estamos rodeados de muebles que hablan, de techno alemán programado para parecer humano. Estamos tan solos.
La séptima vez que comimos juntos se desvanecieron nuestros ojos. Con todo, miramos las estrellas en un desierto antiguo. Y ella dijo: “Esa estrella de allí, eres tú. Y yo soy aquella. Ellas nos miran desde lejos pero ya han muerto, ya no existen. Así también, tú y yo las miramos pero no existimos y tan sólo somos luz que persiste a través del tiempo y el espacio. Nunca olvides este día, el día en que fuimos espejos.” Cuando terminó de decir esto, la vieja casa, las estrellas y el desierto desaparecieron.
La sexta vez que bailamos juntos, nuestra piel se ha disuelto y nuestros huesos se han secado. Debajo del mar, pisando la arena caliente en el fondo, jugamos y reímos. Imaginamos que la superficie del mar es como el cielo y que afuera el cielo es otra superficie, fuera de la cual hay otra tierra y otro cielo que es otra superficie y así hasta el infinito. Pero de repente el mar ya no está... todos los mares del mundo se han secado y sólo quedan la noche y la arena.
En los tiempos en que ella y yo nos volvimos nada, todo había cambiado bastante. Los ríos se volvieron negros y el mundo frío. No había ni mar ni superficie, no había dentro ni fuera, ni movimiento ni sonido.
El día que nos conocimos estábamos fuera de la galería, en la playa. Mirábamos una pintura que nos representaba a nosotros mismos mirando una pintura fuera de la galería, en la playa. Ese día le dije: “Recuerda esto: que todas las cosas dejan de ser y que lo único eterno es el presente. Que lo que verdaderamente es, es aquello que se va formando, como los castillos de arena que ahora se derriban con las olas y que vuelven a levantarse con la ayuda de los niños. Que las olas siempre han sido las mismas y seguirán siendo las mismas. Nunca olvides este día, el día en que tú y yo fuimos gotas de agua en forma de esferas.”
La última vez que la vi llevaba un vestido negro. Le conté todo lo que me había sucedido después de tanto tiempo y ella escuchó con atención. Ella me contó sobre sus viajes, sobre sus pasiones, sobre la gente que había conocido, sobre la delicada poesía, sobre lo mucho que le gustaba el teatro. Yo le conté sobre mis obsesiones, sobre mis decepciones, sobre mi soledad; sobre la dulce música, sobre mis libros, sobre la esperanza y sobre lo inevitablemente pasajero de todo. Estábamos reconstruyendo la galería e imaginábamos historias de guerras y de amores mientras escuchábamos música olvidada; pintábamos cuadros donde aparecíamos nosotros dos haciendo un millón de cosas. Nos despedimos y nos dimos cuenta de que habíamos desaparecido.

Ahora es de noche: estoy sentado en la playa y miro las estrellas y el mar e intento escribir lo poco que recuerdo. Los niños están construyendo un castillo de arena. La luz y las olas me susurran memorias lejanas: esta noche todo comenzará de nuevo.


26 de mayo de 2008

olor que fuiste


Fue tras el humo de E., le pidió fuego y le soltó una de sus líneas de puta; E. escuchó, pero cuando volteó para mirarla se le olvidó otra vez; vio primero el delicado, pero la boca se abrió para sonreír y vio los dientes limpios y parejitos, completos además, y empezó a percibir el olor; primero leve, cada vez más presente, de sucia, de cama también sucia; de bilé, de sol y noche; de perfume fino y de sudor, el suyo y el de otros. Seguramente el de otros, porque venía del escote, de la piel de en medio de los senos que ya se veía amarilla de semanas, de ese rincón tibio donde—se acordó—se arremolinaban tantos y tantos átomos eternos, porque eran eternos; ahí en medio tenían que ser eternos; enterrados en la saliva seca, evaporando los besos muertos con su remolino, por eso tibio y amarillo. La puta le devolvió el fuego y le dijo otra cosa; le echó el humo en la cara, pero sin humo, el puro aliento, que era más pesado que el aire; también olía y quemaba más que el amarillo de abajo; más lento, como de caño y fideos, también tibio. La puta se acercó más y debió de haber bajado el precio porque se mojó los labios. E. no sabía qué hacer; le dijo que no tenía dinero y de verdad no sabía qué hacer; no por el dinero, sino por el amarillo tibio de en medio y el blanco de todo lo demás que parecía más bien frío; y también el humo, el de ella, y sus ojos de veintisiete, cafés y casi felices, todo ahí enfrente. Era eso porque sabía, o al menos eso se había inventado y lo creía, que con las putas no había gran cosa y acababa pronto. Sí, acababa cuando dejaras de pagar y había todo lo que tú quisieras, siempre y cuando lo pagaras, pero no era lo que tú querías, nunca eso. Estaba lo de los besos, por ejemplo, que a las putas no más no, y todas las demás cosas; de verdad no sabía qué hacer; no sabía por qué ni cómo pagar por hacer la represión de un deseo que mientras más reprimido mejor, y también más caro, sobre todo cuando el deseo era el origen mismo de todo el negocio.

* * *

Acaso lo anterior es cierto y actualmente lo erótico hace frente como mero negocio entre extraños, desconocidos y aburridos de sí mismos. Quién sabe.
Eduardo C.

Ímpetu renacentista



En orden de aparición en el mundo:

1.- Sharon Tate

2.- Cate Blanchett

3.- Shannyn Sossamon

La anterior galería divino-improvisada tiene dos funciones:

a) Invitar (provocar) a que sean subidas fotografías de vuestras musas con la pretensión de opacar a las mías (tarea de entrada descabellada y prácticamente irrealizable)

b) Invitar (provocar) a la discusión acerca de la Sección XII de la "Axiomática Erótico-Estética": "Sin embargo, detrás de tal diversidad (de los caracteres sexuales, recuerden las premisas anteriores) subyace siempre cierto esquema previo, el cual llamaremos cierto ideal de belleza de la cual nunca cruzamos su demarcación. Esta idea sensual es subjetiva, no universal. Está determinada por la historia y los prejuicios del sujeto en cuestión" ¿Es lo anterior cierto según mi ejemplo personal? Suerte.

Ian Karuna

El mundo como voluptuosidad o reproducción



Sutiles y finas telas cubriendo el panorama. Tan sutiles que no podemos olerlas.
El escenario de sombras y de moradas enardece el ojo, petrifica el corazón.
El aserrín, cadaver de madera, circula por encima de la plataforma. Hace pequeños giros y piruetas con ayuda de su amigo y antiguo amante, el viento.
La piel es el anzuelo. La elocuencia la carnada más sabrosa para el buen degustador.
Las formas nublan nuestra conciencia. Lo cual está bien hasta cierto punto.
Nadie nace por voluntad propia. Nadie eligiría tal opción. Estoy seguro.
Las piernas, los pechos, el cuello, el brillo de los labios...
El perfume de la aurora que se despliega tras el paso del memorable desfile.
La pantalla que refleja lo prohibido con cara de accesible. Y termina siendo regla.
Hacemos lo que no queremos obligados por nuestra libertad. Libertad de gozar.
Todos caemos en cuenta en algún momento. Es menester no olvidar lo anterior.
Ian Karuna

25 de mayo de 2008

Pues para despertar...

Pues para despertar hace falta más que abrir los ojos y para abrirlos no es suficiente desearlo, entonces tenemos de nuestro lado pocas cosas, y de lo que tenemos nada nos es grave.


Pero, a diferencia de lo que pasa cuando nadie nos ve, lo que vemos nunca está solo. Ni la conciencia nos hace estar más allá, por mucho que se lo quiera.


Pues cada uno describe sus movimientos, ¡oh, qué alegría! ¡Oh, todos padezcan conmigo! Y así se sostiene lo que les da contenido a esas formas monstruosas.


Pero yo conozco todo lo que pasa conmigo y nadie conoce lo que, dentro de mí, pasa con ellos. En eso tienen una gran desventaja, que hay que aprovechar hábilmente o sufrir las consecuencias.


Pues siempre parece -y es verdad- que en este momento no cabe otro ninguno.


Pero hay que esforzarse, porque la muerte de los momentos es la muerte del tiempo y tiempo es lo que somos.

23 de mayo de 2008

mirar


Desdeñé la fortaleza. Pensaba, veía la imagen, llegaba, estacionaba fuera de la puerta hasta verte salir y partir, sola o entrando a un auto desconocido. La partida era el inicio, verte irte; pero no, tenía que hacerme ver, quizás hablarte o incluso correr, hincarme por la fuerza intentando olerte; imponerte mi mano violenta hasta que gritases o simplemente hablases, luego pararme y regresar al coche. Seguramente contar el tiempo e imaginarlo todo con la precisión de lo imposible, adivinar cada risa y cada mirada tuyas y los movimientos de las manos y tu cuello; la perfección del dolor. Esperar al día siguiente, la madrugada, verte llegar pero quedarme dentro; echar las luces solamente y verte subir, sola o acompañada, esperar a que todo transcurriese arriba, tocar el timbre entonces, regresar al coche.
Eduardo C.