17 de junio de 2010

Bêtise merveilleux


La niña abre los ojos.
Finalmente ha despertado.
Despeinada, hermosa, enciende la radio.
Comienza a mover sus pequeñas caderas al ritmo del sol.
Con este sonidito: tik-tak- tikititik-tak...
También canta, con su aguda, encantadora vocecilla.
10:37 am.
Nuestras melodías matinales se filtran por las cortinas de los demás cuartos.
Ella voltea y me dice: '¿verdad que no soy cursi?'
No.
Cuando se es feliz, nunca se es cursi, sino congruente.
Vamos por el desayuno.
Aprovecha la salida para recoger florecitas de jacaranda tiradas en el piso.
Con sus zapatitos rojo brillante, y sus labios carmín.
'¿Quién quieres ser hoy: mi novia, mi hermana o mi hija?', le pregunto.
Sólo sonríe, de manera deliciosa, y me abraza las piernas.
Bosteza.
Brinca de júbilo al ver el carrito de los helados.
'Dos de fresa con choco-chispas, por favor.'
Lame el hielo cremoso con suavidad, con una inocencia luminiscente.
Sus ojos: entrecerrados, entre dormidos y despiertos.
Inolvidables.
Las nubes cambian de posición mientras caminamos.
El césped cambia de tonalidades con el viento.
Las ventanas de los autos reflejan las cosas de manera chistosa.
Nuestros rostros parecen los de otras personas.
'¿Porqué no me abrazas?', me dice.
Y yo la abrazo.
Le doy un beso en la frente, cerca de la ceja.
'¡Globos, glo-bos, glooobooos!', alza la voz de pronto.
Le compro dos: uno en forma de corazón, y otro que parece un gatito.
¿Me siento estúpido? Sí, un poco.
De hecho bastante.
Mientras pienso, algo cálido se apodera de mi vientre.
Una sensación extraña, desconocida para mí.
Una cosquilla que dice: 'tira a la basura tus discursos, no te sirven de nada aquí.'
Una comezón que susurra: 'deja de forcejear, ¿no ves que soy la cumbre de la vida?'
Es que es demasiado bella, ella, la mujercita a mi lado.
¿O sólo soy yo el que lo nota?
También son demasiado bellas las orillas de los objetos, las esquinas y los techos.
Hay treinta y dos canciones desplegadas en mi cerebro.
Yo las canto todas al unísono, y ella sólo tararea una de ellas.
A través de sus suaves, humectados y brillosos labios de carmín.
Con ese alto cuello de adolescente y esas pestañas de ciervo.
Una cervatilla en la ciudad.
Eso es, justamente.
Brincando en cada remanso del río y restregando su delicado lomo en cada campo florido.
Y yo allí, viéndolo todo, como un verdadero idiota.
Pero no sólo viendo, desde lejos, como antes.
Siendo un verdadero idiota: la primera certeza que he experimentado alguna vez.
El mundo es idiota, ¡mira cuánto brilla!
¡Mira cómo me brillan las manos, y las de ella también!
¡Mira cómo se proyectan nuestras sombras sobre las aceras!
Percibo su perfume de pronto.
Esa fragancia que huele a canela, agridulce, tan particular, tan fresca.
Me estremezco de sólo recordarla.
'Te amo', le digo.
Qué vergüenza me da el escucharme.
Soy el idiota más grande del mundo.
Pero ella vuelve a sonreír, y el mundo despliega sus colores sobre mí, uno por uno.
Me obnubila.
No puedo ver nada.
El pavoreal abre su plumaje, y me muestra el reverso de todo.
Mientras se sonroja tímidamente, me abraza con fuerza de nuevo.
Qué maravillosa estupidez.
Sólo espero no abrir los ojos jamás.