24 de septiembre de 2009

Doncellas de Cnosos



Como mota de polvo se viaja
de asiento en asiento y de ventana en ventana,
de papel en papel, de persona en persona;
sólo hasta que el cuerpo estira
el mejor de sus brazos: la llamada alma.
Amanece en mis ojos entonces
la efigie ajena de tu mirada honda.
A menudo una mota de polvo cae, azarosa,
sobre las tranquilas aguas del sosiego beato,
trémulas y conocidas fuentes
que refrescan y amontonan célibes las ansias;
y tras la blanquecina faz de la hora exacta,
un amor nos hace señas,
pequeñas y discretas,
sin levantar la voz en demasía.
A veces, de entre las flores marchitas,
se yergue un embrión de cristal,
embrión dulce y curvilíneo
como el humo de tu pelo
y las olas de tus hombros.

Transparente, igual que los primeros besos,
se entra y se bebe de un trago
el rayo de luz que penetra
como saeta fina y afilada,
alabarda radiante y rectilínea,
hacia adentro de mi alcoba.
Rayo de luz que es tu presencia:
tus vestidos diarios, tu sonrisa ingenua.
Labios carnosos y desesperados,
desgajadas camas rojas,
piel que grita, que exclama,
la sazón del mundo y de las cosas.
Un motivo que deambula vagabundo, ciego,
por debajo de las piernas infinitas
que marchan, a trote y comparsa,
sobre la gran planicie de la vida diaria.
Esa alba y espumosa ilusión llamada libertad.

Justo ahora, en este instante, frente a ti,
sucumbo hipnotizado ante tu rostro,
rostro que no sólo es tu rostro:
es también el eco de milenios abultados,
serie incompleta de cerámica impoluta,
reflejo metálico de eslabones muertos
y de otros aún no vivos, igual de bellos que tú.
Eres radiografía tersa, ardiente, inquilina
del piano batiente de Satie
y de las cortinas de satín de Schiele.
Nostalgia y deseo: los hermanos gemelos.
Celosos de las manos y de los pies de ambos,
los caprichos propios se sublevan y se aplacan.
Un ídolo sube a la tarima después de otro,
a cada asomo del erótico fantasma,
imagen proyectada impertinente, en cualquier parte,
sobre tacones de aguja o zapatillas,
encarnada en una musa momentánea.
Sí: me refiero a ti… y a ninguna.
¿O es que acaso la belleza es monopolio?
Quizás no… pero hoy sí.

Hoy te alzas, magnífica,
como pino estoico en medio del follaje
para sosiego de uno solo: yo, que soy tu espejo.
Espejo cóncavo que alberga
la verdad de tu gracia, sumergida
dentro de los pozos ignotos y brumosos
que hay detrás de lo evidente.
Hoy el hilo no se corta
ni los puentes se levantan.
Hoy se incendia el susurro
sobre el suave almizcle de tu sudor bendito,
hechizo de desnudez y de confort inocuo,
ígneas marejadas, voraces, destructoras
de los erectos y soberbios faros del entendimiento.
Es así como uno sabe que no sabe,
que las hojas caen sin que uno se lo ordene,
que la gloria canta en el lecho de tu carne,
en los jardines-espejismo de nuestras alegrías.
Mañana bailaremos, de nuevo, en forma de polvo,
con pausados vaivenes e inesperados compases
sobre la sinfonía continua de la eternidad de viento.