18 de diciembre de 2008

Cuestionario



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Una tenue brizna de naturalidad controlada; una intransigente y pasiva petición de principio, suave y educado arrojo. Así comienza esto. El lirismo pregunta al instinto: - ¿Quieres ojos? Te los daré sólo por esta tarde - . Largas piernas, altas y egipcianamente incólumes, dos deliciosos juncos entrecruzados del Nilo. Sobre un pequeño plato de porcelana, una taza de humeante café: aromático adorno de aquella estampa instantánea.



Acomoda el abrigo en el respaldo de la silla. Sus labios púrpura claro, de bordes casi demasiado carnosos, preguntan: - Entonces, ¿no estudiaste pintura ni dibujo en algún taller o escuela, verdad? - . Los enunciados circulan inútilmente alrededor de la mesa: son ropajes invisibles, telas carentes de pudor que dejan traslucir mediante cada parpadeo y mediante cada ondulante trago de saliva dibujado en los cuellos, la silueta de eso volcánico que hay en nosotros, el magma mismo de la indecencia imaginada.



Un par de personas abandonan, juntas, este amable lugar de reunión, aquel edificio bohemio y de elegante bullicio, mercadeo de los vapores y las voces, a las 7:48 PM.



En la obscuridad (que como dijere Bataille, nunca miente), luces vagas besan las superficies trémulas del templo del alma. Un eco, una mancha. Música del espejo de los perecederos e inmortales días. Las manos preguntan: - ¿Es por aquí por donde debo de ir? ¿O acaso mejor por este lado? - . Se olvida el decurso del río, la gravedad se apodera del sueño y lo somete a sus plantas. La noche se ha vuelto un sublime capullo, un fin en sí mismo. Todavía merodean algunos reproches, algunas gesticulaciones y ruidos innecesarios. Humanos, pero no demasiado. La incomodidad se pierde en la bruma. Un último y envidiable gemido que rompe, se instala y emigra. Después, el sedoso remanso se extiende, como corpóreo y cálido silencio.



Un pequeño ratón mira desde uno de los rincones del apartamento, a unas jóvenes figuras esbeltas y fantasmales que se visten, regresando eventualmente a la normalidad.



La puerta del 17-B se abre a las 7:53 AM. Nos abrazamos al despedirnos y huelo profundamente directo de sus delicados cabellos, esos grandiosos perfumes de soleadas sabanas y de sábanas blancas. Los motores se encienden lentamente, y las llantas comienzan gradualmente su marcha. Un último vistazo por el retrovisor, helado y opaco. Los rayos índigo de la madrugada hieren las cosas. El recuerdo pregunta: - ¿He sido soñado? - . Una honda sonrisa resuelve el enigma.

13 de diciembre de 2008

Confidence


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Not a single note
upon those layers of leaves.
A simple feeling vanished
all the way into the cold.
Black and white flowers together,
like a holy crown,
covering with amusing grace
every shame I felt.

Not a broken hearth.
Not a flag burned out.
Just this breath and grass.
The sky surrounding them.
Why did we always saw strangers?
Come here, do not be scared.
Sit down by my side, gently,
and let’s just see dew falling down.

Once I opened my throat so wide:
a flock of doves may dangerously escaped.
Hidden behind my solitude,
there is my son, there is my daughter.
Look at them. They are so mine.
Jumping, playing with the curtains.
Like a shuffling spirit
your hands does not touch me anymore.

Sacred bodies, orphan souls.
Scrupulously speaking,
please do not sail again your ship this way.
Off the shore, one chant: a view.
My cell-phone it is turned off.
Lights and tickles in my ear.
Hawks and spitting seeds.
Raisins of an ancient store.

That flashing human torch, you are.
These annoying spark, these flushes in my abs.
Those gardens beneath red horizons.
One minute of a deep-sweet-something.
Again, twilight smiles so quietly to me.
Once more, echoes appears so fast,
kissing the walls inside our heads.
Trembling, one long and silky neck is my only pray.

“A kingdom for a horse”, once he said.
Now I say: my kingdom for a woman. A real one.
The great parfum of a voice
and the elegance, the grace, of a walk.
Fantasy and sorrow mixed together
in this tragic-comedy of we.
We? I cannot smell a voice yet.
But I clearly listen to the steps.

And they are so loud, I had to say…

12 de diciembre de 2008

Ángela (fragmento)

[...] Noches que invadieron mi imaginación, como embarcaciones de tierras cenicientas, con imágenes profundas y vacías. Noches en las que olvidé todo: ¡todo! con dichas inconfesables y con un gato que miraba cómo se movían mis manos; ahora aquí, ahora allá. La ilusión del contacto aconteció no sé cuántas veces. Noche de luna clara y sosiego intranquilo: la tensión quieta de la vida. Noche de octubre en la que demuestro (falsamente) que es posible vivir sin nada, respirar y latir sin necesidad. Y lato, lato, lato, y la espera no es larga porque el sonido de los grillos se escabulle, bailando a través de la ventana mientras una vaga memoria del mar coquetea con mis ojos; y me ilumina. Y no tengo nada, no tengo sufrimiento, no tengo sonrisas cómplices, no tengo pestañeos nerviosos, ni tus ojos de haber visto todas las diferencias del mundo, tus ojos de poeta que pretenden saber todo, bendita imposibilidad de lo aprehensible, no tengo tu aliento a vino añejo ni tus brazos cubriendo mi cintura caliente, tu fuerza que me eleva de mí hacia mí y luego hacia ti, no tengo tu lengua probando la sal de mi cuerpo y mi cuello se contrae añorando la humedad de tu boca y mis piernas tiemblan sin tus manos que les llevan violencia y un temblor de pájaro que apenas deja el nido. No tengo ni la fortuna del tedio, no tengo siquiera deseo. Toco la casa y la casa toca el aire y el aire toca el sonido y el sonido te toca a ti y ya puedes sentir este abandono. Y amaneces al vacío, en la cama de algún hotel en México, y yo en la estúpida rue Fontan sin poder crepuscularme así. Porque dar todo, en mi caso, es darte Nada y no menos. Mi Nada, todas mis nadas, yo toda, toda para ti. Y tan lleno como eres, como de fuego un sol que no siente, lo tomas para que devengamos uno, me tomas aunque tomarme así implique hacerte vacío, echarte a perder, tú con tus palabras que se anulan en la caricia que estremece mi entrepierna, abierta, mojada, oliendo a ti, oliendo a pelo y a agua madura que no germina. Pobre, crees que sabes todo sobre mí y la verdad es que apenas empiezas. Yo voy a ser tu desaparición, tú te pierdes en mí, y yo plácida me encuentro así... fruición de disolverte, hacer solución tú y yo, tú adentro de mí, yo dentro de ti, yo mejor porque tú ni te das cuenta. Y amarte, amarte sin llamarlo así, porque eso no es, pero ¿qué mas va a ser perderme yo también en ti? Ahora tengo espirales de azul mortal y tensiones sonoras del trópico, de cualquier vórtice de alguna ola infinita, de alguna playa en la que hice que me hicieras tuya. Tengo las lucecitas en la rue Fontan, tengo las cenizas de mi padre, y yo sin saber qué hacer con ellas, tengo el piano, ese piano viejísimo en que tocaste a Charlie Parker cuando te conocí, sí el día que te dije que detestaba el jazz y tú con tu cara de conocedor-medio-profano-pero-culto-venido-a-más sin saber qué hacer y yo muriendo de risa por dentro, sólo probándote para que me trataras como a una estúpida, o de menos como a una de poco gusto, pero tú muy amable, seguiste tocando a Monk o a Gillespie, sin saber que tus manos me excitaban, sólo ahí, percutiendo las teclas y yo fumando para disimularme, para huir de ti sin poder, para evitar desearte y ahora ¿dónde estamos? Tengo a la gatita, Lola, la de Jacques, que me mira y se muere poco a poco. Y tú, transfiguras nuestras pobres vidas en sueños de niño que mira los faroles de la calle taciturna y estás repleto de voluntades de absoluto, tan falsas como cualquier filosofía y también así de verdaderas. Estás en busca de metáforas nuevas para representar tu propia vida, como hace todo lo vivo. ¿Será que triunfas? ¿Tal vez por encima de la vida misma? Pero yo tengo una gata blanca que va a morirse. Ella no me toca, no es nada para mí, pero me mira como tú me miras y a ella ya se le han agotado los tropos. Pero he tejido esta invisible armadura -más dura que cualquier metal- que se llama soledad. La he tejido como a una antigua fortaleza de agua y de sal, maestría del dolor que al desaparecer yo como una lluvia, ya no es ningún dolor. Y es que, como concluimos una vez, el dolor es la maestría de lo cotidiano, y la soledad la maestría de ese dolor. Ahora, jadear por un instante, perder la voz y sentir el aliento sureño de tus movimientos y el hálito frío de no ser nada; y tener la facultad casi divina de admirar callada la poesía de tu silencio. Y ese olor dulce a libro viejo y ese placer raro e inacabable de no saber qué danzas ni qué estaciones iluminarán las palabras. Noches de whisky y de ausencias de todo y marchitez de la vacuidad de esas noches, noches que hubiesen querido ser días, días gastados en absolutamente nada. Noches en las que fui y ya no soy, noches en las que fuiste y ya no eres. Pero noches también en las que fuimos y aún somos, eso sí. Eso sí. Una metáfora gastada. [...]

6 de diciembre de 2008

Amor Etéreo

«Hoy no dijo nada, ni salió, ni se asomó por la ventana, ni se levantó de la cama… es probable que no haya abierto los ojos todavía. ¿Y, por qué hoy? Ayer sí, hoy no, sin una razón que pueda hacerme comprenderlo.»

—Ahí está la libertad. La libertad para faltar a la mínima comprensión.

«Algo incomprensible es algo libre; pero hay que entenderlo como es debido. No significa que lo que no comprendamos es libre, sino que lo que no tiene comprensión posible lo es: es libre lo irreductible a otra persona… no, a otra persona no: es libre lo irreductible a otra consciencia.

»La libertad es esa distancia ontológica entre un yo y un tú. Por eso, con completo derecho de hacerlo, me manifiesto contundentemente contra la libertad mía, pero, principalmente y con gran desgarro del alma que alberga en este cuerpo, me manifiesto en contra de que las personas que quiero sean libres… la otras pueden hundirse en la mierda, con gran gusto de mi parte por poder enterarme de ello, pero con indiferencia hacia el fundamento de su actuar y de su ser.

»Particularmente ella, que no se ha levantado de su cama, ni ha abierto los ojos; particularmente ella, que no se levanta y que en su visión ciega del mundo no puede darse cuenta de que por lo menos hay una persona que en este momento ocupa todo su pensamiento en tratar de imaginarse su cara —una cara que es dulce, pero no dulce como el azúcar, sino dulce como vainilla— y el suave movimiento que sus labios hacen tratando de apaciguar alguno de los tormentos con los que sueña, y que ella no sabe que no son reales… Ah, si ella supiera que eso que la hace moverse no existe; y que existo yo, que no puedo dormir cuando ella duerme, porque me asusta que no vuelva de su mudo onírico y que pueda volver a dibujarse mi cara en sus ojos cafés, tan comunes como los míos, pero que están más allá que los de cualquiera; ojos que proyectan y reflejan al mismo tiempo…»

Así lo escribió en una hoja suelta que encontró; tomó un lápiz y se alegró porque con el grafito su letra parece mucho más bonita que con tinta. Así de superficial es este hombre, pequeño hombre entre los pequeños que ya no se afana en encontrarse porque se sabe perdido y entonces decidió que no tenía caso buscar una obscura esfera vacía y colocada a una distancia infinita con la que no podría hacer nada una vez encontrándola, y se le presentó la oportunidad de buscar una esfera igualmente vacía, pero recubierta de mil formas desconocidas e iluminada por lo colores más impredecibles, aunque a una distancia varias veces más infinita. Una búsqueda más entretenida, sin duda, porque aún si no la encontrará —como sabe que es imposible hacerlo— la sola contemplación de sus formas merece ocupar el tiempo que de todos modos se pierde.

Pero hoy no dijo nada, a pesar de que ella se comprometió a decirlo, no con palabras, es cierto, nunca le pronunció “mañana te lo diré”, pero nunca había hecho falta eso en los compromisos que hacían y asumían, o eso pensaba él, que siempre se hunde demasiado en su propia negrura y vacuidad interna. Tal vez lo olvidó, porque los pensamientos que no se dicen se olvidan rápido, y más rápido se van los que no sólo no se dicen, sino que no se piensan, y a penas se sienten… o tal vez eso se lo estaba diciendo. Si no se ha levantado, eso es un dicho en sí mismo… pero no, el compromiso era “mañana te lo diré”, él estaba seguro de eso.

Ayer, cuando después de atravesar la calle tapizada por una plasta pegajosa de origen incierto, se detuvieron enfrente del mercado de flores y él se quedó absorto por un rato, estaba pensando en ella. Contemplaba uno arreglo inacabado, al que estaban agregando unas gladiolas y que se agitaba como en protesta, y él pensaba solamente en la manera en que titubeaban las rosas y otras flores multicoloridas y sin nombre como buscando el lugar para el que habían nacido y como buscando que su muerte no fuera a terminar como si la primavera no tuviera un significado que llegue más allá de junio; y este pensamiento no era sino todo ella, la mujer que lo acompañaba y a la que él dedicaba, desde hace varias semanas, la mayoría de sus pensamientos y, en los últimos veinte minutos, absolutamente no hubo instante en el que no hubiera un ella que acompañara todas sus representaciones. Sin importarle las implicaciones kantiano-ficinianas que hayan surgido de esta condición de su conciencia, él permanecía en la contemplación del arreglo floran en proceso de su acabamiento, y en la idealización y adoración de la divinidad que es la mujer que lo acompaña. Mientras, al mismo tiempo, esa mujer que él ha endiosado está a su lado, percibiendo el ajetreo cotidiano de un mercado público ubicado en la acera de una avenida trazada por el demonio y atrapada entre los gritos más variados que casi tratan de imitar súplicas y sin olvidar la plasta pegajosa de la calle y ha empezado a frustrarse por la desatención en que la tiene él, que sólo se ocupa de las flores y quiere decirle “vámonos de aquí”, pero no se atreve. Si él quiere ver flores, que las vea; si no le importa estar aquí, en medio de tanta cosa hiriente, adelante; y también se da cuenta —porque es cierto— que él no piensa en ella. Y no es que no la tenga en mente, en cierto sentido, pero la mujer en la que mantiene ocupada su mente no cambia, es única y sólo puede ser contemplada; no existe, pero ella sí existe y soporta los olores fétidos que no sabe de dónde llegan y que ya han provocado que se arquee y se lleve las manos a la boca un par de veces. Y mientras él piensa —y siente sinceramente— que no puede encontrar una cosa que él no sea capaz de sacrificar por la comodidad de ella, que así se tratara de un capricho para que estuviera mínimamente más cómoda que implicara un sacrificio o renuncia importante de su parte, él lo haría; mientras eso pasa por su mente, cuando ve las flores, no es capaz de verla en su petición. Es verdad, ella, la que existe, tiene poca importancia, por lo menos cuando se enfrenta con ella, la que no existe.

«18:43. Todavía no se levanta», Escribe. Toma un sorbo de una tasa de té. «Es mentira que no sepa de su compromiso, lo que sucede es que no le importa si deja de cumplirlo. Pero, en cierto sentido, el que no lo valore es ya decir mucho.» Él se hunde cada vez más en una bruma de su negrura, como es costumbre suya hacerlo. «Está bien, si no quiere decir lo que debe decir, está bien. No importa que no tenga ni la cortesía de inventar un pretexto, no importa que no le importe saber que yo estoy aquí, desde la mañana, pensando en ella, que anoche cuidé sus sueños. Cuánta cobardía, cuánta…» Entonces estrelló su lápiz contra el papel y le destrozó la punta, sintió un calor en su estómago y ardor un poco más arriba, unas pocas náuseas, se tira al piso, estira sus brazos y aprieta los puños…

Ella, en su cama, con fiebre, ha vomitado varias veces y ha deseado que él pudiera acompañarla, pero no la ha llamado porque, si no se ha acercado para preguntarle por qué no se levanta, sin no le parece raro que a las 19:00 no se haya aparecido por el exterior ella, entonces, ¿cómo iba a importunarlo?

1 de diciembre de 2008

Domingos

Ver cómo se van las formidables configuraciones del tiempo se ha vuelto nuestro pasatiempo favorito. Nos hemos comido completamente, uno al otro, impulsándonos recíprocamente con dulzura y violencia de niños. Tú y yo ahora somos el actuar incesante de las tensiones inmedibles de una corriente del mar adriático. Nos apagamos con el duermevela del tiempo, sólo para encendernos de nuevo, espontáneamente, como los fuegos de un rayo, para ser nuevos y los de siempre, como los días y las horas. Me tomas y sonríes, me llevas a donde tú quieres y viene a coincidir tu querer con el mío, viene a coincidir tu amor con el mío, tu desaparición con la mía, tu desgarramiento con el mío, tu soledad con la mía. Venimos a ser tú y yo, venimos a ser formidables configuraciones del tiempo. Reparamos en nosotros mismos y la felicidad mía ha devenido la misma que la tuya. Así pasamos nuestros domingos.

Ángela (fragmento)

[…] Ángela: tú me miras como si las moléculas de tu piel no desearan unirse en esta cohesión misteriosa que es tu cuerpo y tu vientre se estremece. Ahí, perdidos entre nada, porque el espacio de la cama de dos que se aman, a veces es tanto como nada, nos tocamos con el frío que una noche de octubre ha levantado desde el suelo y la sombra del ciprés de tu patio y, Ángela, la noche nos cala los huesos, pero yo te aprieto contra mí y tú te fumas un cigarrillo. Me arrojas hacia esa esquina prohibida de la soledad que ahora se llama deseo y tu cama tiene una delicadeza inmóvil que me hace reír, pero sin querer. Tú preguntas enfadada “¿porqué te ríes?” y yo, que soy tan frágil como tú –porque tú eres un ave de cristal, que baila en los crepúsculos como una estrella muriente– nunca en mi vida he ignorado algo con tanta vehemencia. Y me dices que si estoy pensando en María, y me reclamas haber hablado por teléfono con Isabel, y me dices que cuando escribo no somos nadie, que la vida es otra cosa y que ya no importa si tú y yo poseemos la fuerza inconfesable de los niños, y yo sólo te miro, porque no sabes lo que duele que fumes así, que te suprimas como te suprimes ahora, que te esfumes como se esfuma la inocencia en tres instantes; el primero, el de la muerte, el segundo el del amor y el tercero el de la vida. Tus labios, que son fuego se callan y se marchitan en el silencio de unas hojas tristes de ciprés en otoño, y te mojas la mejilla sin querer y tu cigarro se termina, como se terminan las cosas, como se va un sol infinito y se quedan sólo las olas y el sonido breve y potente del olvido, de lo que no fue, de tu cama sin poder moverse, del reloj idiota que apunta que son las tres de la mañana y que nos perdemos en las sabanas, y nos perdemos en mirarnos, nos perdemos en perdernos, pero es que yo no puedo perderte. Siempre vuelves como una ola, acarreando sal y tú sabes salina, sabes amarga, sabes a cigarro y a que ya olvidaste porqué tu lengua me busca como un niño pequeño que tiembla ante el vacío.

Pasan las horas y nos buscamos, como las semillas el suelo… cayendo con una fe, infinita y germinal […]

Tazas

Se cayeron las tazas y los colores del suelo emanaron alguna especie de efluvio inmaterial con sabor a pérdida. Perdí la fe y ella se va. He vuelto a caer como cae una taza de café, negro y cargado, sin azúcar por favor. Ahora yo soy los pedazos quemados que buscan volver, algún día, a ser como el agua que se separa y se une con delicada indiferencia.