17 de noviembre de 2008

Escala amoris (después de leer a Miguel Hernández)


¡He allí al poeta que le canta a su amada!


¡He allí el poeta que, con el alma desgarrada, recoge los jirones de lo que todavía queda de ella para zurcirlos en versos y estrofas!


¡He allí al poeta, con los días nublados y las noches largas, ausente en su propio cuerpo, pues es otra su dueña!


¡He allí al poeta, ardiendo en desventura y helándose en solitario, desencantado del mundo por la falta de una mujer, de una fémina singular: la única para él en la tierra!


¡He allí al poeta, reclamando al Cielo y desgarrándose las ropas, vociferando en contra de la injusticia y del desequilibrio cósmicos, con la boca llena de despecho y de desasosiego, vomitando anhelos rotos y esperanzas vanas!


¡He allí al poeta, pobre miserable, apenas humano, arrastrándose en el suelo por un amor, por un querer imposible, o al menos, no realizado!


¡He allí al poeta, aquel triste ángel que ha perdido las alas y el rumbo de su vuelo! ¡Santificado seas, ser uranio y bendito! ¡Ahora mismo, he de unirme a tu elegía! ¡Aquí va mi dolor también!


Esgrimo un par de enunciados sobre el papel. Le doy de vueltas a un par de frases. Repaso una tras otra las imágenes sensuales que han conmocionado mi vida y las promesas de amor de mujer a lo largo de mi vida: ni una sola línea sale de mí con sinceridad, todo es emotividad forzada. He querido cantar, gritar, llorar, maldecir, y no he podido ¿Por qué? ¿Nunca he amado a una “ella”?


Veo al poeta abatido y rasguñado, tirado a los pies del mundo: lo miro con mudo respeto y empatía. Al mismo tiempo, rebelde, una parte de mí grita: - ¡Pero que ingenuidad la suya! ¡Qué poca visión, cuánta ceguera! ¡Es él mismo el que se ha hecho tanto daño! ¡Qué fanático, qué loco!


¿Es qué acaso no se ha dado cuenta del sagaz espejismo de los hombres, del voluptuoso fantasma de la infatuación llameante? ¿Es que acaso no ha volteado su cabeza hacia arriba y no ha dirigido sus ojos a la fuente primigenia, esa punta de pirámide de donde toda gracia y todo encanto provienen? ¿No es suficiente el resplandor de belleza que emana sobre todas las cosas?


¡Ea, poeta! ¡Despierta ya al mediodía, que a la que quieres no es a una, sino a todas y a ninguna! ¡Aspirad al todo y no a la parte! - .


Cada estímulo, cada señal, cada trozo de añoranza compartida: mi alma dividida en dos. Brusca oscilación entre Urania y Pandemia. El jardín de los senderos que se bifurcan.