8 de julio de 2008

Metempsicosis


En medio del sordo rugido de la bella muchedumbre y de los navíos varados de mis rodillas, permanecía sonando una clase muy particular de música, festiva y energética, que comenzaba a inundar y a expandirse por todo el lugar gradualmente, convirtiendo todo en rosa, en puntos fluorescentes y de maniaco frenesí. Los agitados cabellos claros y suaves de la juventud, estandartes de lo frívolo, producían un efecto hipnótico en aquellos individuos que no participaban de la fulgurante danza, como era el caso. Luces estroboscópicas y rayos policromos de varios grosores y longitudes bañaban las deliciosas espaldas, hombros y cuellos de las estilizadas doncellas, despreocupadas espigas agitándose al ritmo cadencioso del viento de Julio. En este caso, el viento era aquella resonancia estruendosa que emergía de las bocinas y de los altavoces colocados estratégicamente a lo largo y ancho del recinto, produciendo un sonido envolvente y de alta fidelidad que erizaba los vellos y que retumbaba en los huesos.

El beat, el acompasado y monótono golpeteo dominante, recordaba aquellos ancestrales rituales de variados y míticos pueblos alrededor del globo, mismos que, bajo el influjo del ritmo de numerosos instrumentos de percusión y de la cálida sombra de las fogatas y de las piras, lograban entrar en comunidad con los otros mundos, con poderosos espíritus y dioses a través del movimiento extático de los senos y de las caderas, del abundante espumeo de sus bocas debido a la pérdida momentánea de su conciencia, de la pupila de sus ojos. Un gramo de efímero romance, una pizca de fugaz aventura, una onza de dionisíaco olvido: preciados tesoros de los asistentes esa noche a la ardiente festividad, buscados y perseguidos con tanto afán y con tanta voracidad que daba miedo, que daba asco, que daban ganas de unirse desinteresadamente a su cacería y desparramarse en el mundo, posteriormente, embriagado de placer y de deliciosa, dulce náusea.

El suelo tiembla, mis bostezos huyen despavoridos. Las botellas se vacían y dejan ver, desnudas, sus hermosos y vítreos colores. La pista de baile se llena, revelando bajo la escasa luz las exquisitas y broncíneas piernas de una horda de hembras provenientes de las mesas laterales y de los sofás blancos de enfrente, las cuales, gustosas y con carcajadas fantasmagóricas y adorables, nos muestran a través de su entusiasta agitación y de su voluptuoso brillo cutáneo, el espíritu más profundo de lo humano sin siquiera saberlo: el elixir mismo de todo lo vivo y de todo lo móvil. Hay cortinas de humo levitando por encima de las cabezas irreconocibles, figuras azuladas y caleidoscópicas que se rompen y se reconfiguran al más mínimo roce con alguno de aquellos cuerpos, de manera mágica y desconcertante. Todo es luz, todo es obscuridad con traje de fulgor y de envidiable desinhibición.

Un escalofrío asciende por mi espalda, idénticamente como el legendario dragón asciende hacia los cielos en forma de turbulento relámpago. Impredecible, como la noche, un pensamiento se abre paso y se instala, cómodamente, en medio de mis convicciones y de mi vulnerable moralidad. Me levanto de mi silla, rumbo al sanitario. En el camino, me encuentro a alguien que no reconozco en medio de todo ese alboroto, a la mitad de ese ilimitado jolgorio, deleitable auto-destrucción. Me lleva de la mano hacia la salida. Las risas se vuelven balbuceos, el mar de música se vuelven ecos lejanos. Volteo hacia atrás por última vez, y como en Sodoma, una hermosa y curvilínea chica se convierte en sal, con la Gomorra post-moderna como muda testigo. La figura desconocida, mi guía, por fin consigue sacarme de la cueva y ponerme de frente al frío saludo de las silenciosas y enigmáticas calles de la madrugada citadina. He vuelto a nacer. Me pasa todo el tiempo.

2 comentarios:

David Arsallo dijo...

Aquí está el comentario que te había prometido y que copio tal como lo había guardado. Espero que no me dejes de hablar, como las monjas peligrosas quizá harían: "Karuna tendrá que disculparme, pero hay una observación que ninguno que sea poeta puede negar y que hay que tener en cuenta: donde no hay poesía, no hay poesía. Hay lugares y pequeños mundos en los que el misterio de la belleza no aparece, no puede aparecer, lugares que están destinados al margen, al arrabal (un arrabal que ni el Borges más arrabalero cantaría), a la oscuridad, a la peor de todas, a la del simple olvido. Cantar lo así accidental y contribuir a su posible inmortalidad, es algo que a mí no me parece ni productivo, ni siquiera divertido. ¿Será que no sé bailar al ritmo de nuestro tiempo? El "elixir" de la vida es una cosa que no ha de confundirse con lo que >nuestra< juventud celebra y añora. Su vida es para mí, vida empobrecida y encuentro más poesía en un perro muerto que en esas energías hipócritas. Perdóname, quizá es que no tengo aún un gusto para esas cosas y no soy más que otro "joven", aunque más gris, con menos abalorio. No me jacto, Karuna (yo, siendo quien soy, doy lo mismo que si bailara como mis contemporáneos) ni aprecies en el odio contenido en estas palabras una crítica a ti, más bien es "nuestra" juventud la que me displace, pero ciertamente me sorprende que alguien con tu capacidad vea en ello algo digno, e incluso comparable con los pueblos ancestrales, que seguramente tenían una sensibilidad hacia el ritmo mucho menos influenciada por la música electrónica y por esa juerga efímera de un hedonismo insoportable, insufrible y para nada dulce, o ya siquiera (para decirlo por mi parte) fenomenológicamente resaltable. ¿O será que soy un tonto, y todavía tengo ese ingenuo romanticismo de creer en la belleza del arte? Aquí hay que separar al que describe del artista. Si el artista sólo describiese, su poesía sería tan insípida y absurda como un espejo que ha sido colgado frente a nosotros para que mirásemos nuestra vida en su doble, tan real, como idiota. Hasta en el más crudo realismo, hasta en el documental menos artificioso, hay un algo de poesía, de fantasía, de adición a "lo real" que le dan a la pieza vista ese plus que la vuelve una creación con un sentido estético, es decir, arte. Si tú haces arte, con algo tan poco digno de ser visto con una mirada estética, pones en nuestra memoria poética algo que la ensucia, la degrada, la empaña con recuerdos que no pueden constituirnos estéticamente. Ahora, si quisiéramos hacer una observación filosófica (y si te gusta, fenomenológica) entonces hablaríamos de todo, hasta de los lugares en donde no hay poesía alguna (y aquí la controversia con dadá y otras vanguardias es evidente). Por eso es que "Metempsicosis" es un texto que se halla perdido a medio camino entre la observación de un filósofo y el anhelo trabajoso de un artista (un anhelo de belleza, creo yo) y resulta una quimera demasiado deforme a mi gusto, sin que haya en él una decisión de carácter, sino una tensión que no resulta feliz, sino fuera de control. El uso demasiado “literario” de la palabra, empaña las observaciones del filósofo, y éstas a su vez, se encargan de matar la poesía. Como ya he comentado, este argumento se desfonda si quitamos el presupuesto de la belleza; por eso a Platón lo odio con todas mis fuerzas por que sé que lo llevamos en la carne. A él y a otro grupo de bandidos geniales, que nos dieron la "vida" y nos quitaron quién sabe qué; así son los artistas, y peores son los filósofos."

Ian Karuna dijo...

"Baila, baila, baila... y olvida por unos instantes que hay juventud, que hay resentimiento, que hay belleza, que hay mundo... ¿Hueles ese incienso a lo lejos? No es poesía, no es filosofía... es la vida que se ríe de nuestras líneas"