22 de agosto de 2008

Prácticas de vuelo

Y justo cuando la vio supo que ahí comenzaba el camino; apenas otro paso, otro escalón; que acaso cuando él piensa, privilegia lo que no existe por encima de lo que existe, (que eso es el arte) hacer posible lo imposible, aunque sea en el modo de la irrealidad. Uno, dos, tres, cuatro peldaños y aún sigue: no se ha dado cuenta de que ya ha bajado, de que ya está abajo: y ella le mira a los ojos, pero no comprende; quizá lo sepa, y hasta le plazca saberlo, pero no hay duda de que no le comprende; a ella el tiempo le pasa como si nada, como si en los poros se filtrase el agua y la desaparición fuese cosa de todos los días; esto último es verdad. Así es.

Pero a él el tiempo le pasa de otra manera. Se levantó de la mesa, se puso el sombrero, envolvió la opacidad de su corazón en un pañuelo y lo guardó con cuidado en el bolsillo del saco. Abrió el paraguas -aún posee la extraña nobleza de proteger su amargura- y pensó que la tristeza es una posibilidad fácil, aún así, la suya, la única suya. En algún otro tiempo, este hombre también tuvo que bajar, también pudo oler su cabello y ahogarse en sus ojos. Ahora se va, como si irse fuera cosa de todos los días.

Un intento y he podido explanar el pañuelo que soy yo mismo. Me alcé por encima de todas las alturas, como quien vuela en espacios sublimes, rotos de tanto color, densos por causa del polen.

Dos intentos y he vuelto a caer. Ella se llamaba nada y lo que más le gustaba hacer era el vacío. Contradicción eterna pareció en otro tiempo. Porque parecía en verdad que un día iba a ser algo.

Tres intentos y he vuelto a caer. Ella fue mi cuerpo, y también la sutileza de un suspiro incisivo. Yo estuve ahí en el suyo (en su cuerpo), la gravité como quien espera derrumbarse en millones de cristales, como quien espera precipitarse para mojar el universo.

Cuatro intentos y me sostuve un segundo. He vuelto a caer. Allí estaba la resolución, el cuarto con los vitrales que alojan todas las formas, el estante con todos los libros. Y la puerta vacía, esa puerta vacía que con dolor se aleja de mí (una amiga mía ha desvanecido sus pinceladas encima de mí).

Cinco intentos y pude tocar una nube; una cirrus de sangre. Y he vuelto a caer. Ella es todos los cuerpos, y arrogante, ha iniciado un gesto de elevación que amenaza con quebrar el mundo.

Ahora, yo he elevado mis manos a las alturas que nunca merecí y me convierto en un pequeño gesto de niño distraído y mentiroso, aspirando a la belleza que nunca fue mía, buscando unos ojos que maúllan y que, resueltos sobre su propio destino, han decidido ya el último decurso de una vida (¡de una vida entera!) y en los que nado como un intruso infantil, deseando que dormir en esos ojos, para que ellos también duerman en mí, sea a la vez encontrar la bendita dignidad de la muerte.

Morir. Morir como se muere un viento de oeste, morir como alguna antigua canción de serenidad, cuya armonía se desmorona. Morir como alguna estrella o como se muere un amor, lleno de fuego y lleno de altura; pleno de ninguna cosa. Como el niño que fui y que solía abrazar la vida como si eso fuera cosa de todos los días.

Para Marlon Orozco Baños.

2 comentarios:

Eduardo C. dijo...

gracias david.

Ian Karuna dijo...

"Prácticas de vuelo": ¿Cuándo empezamos a volar de verdad, camarada? A Eduardo ya se le han caído las alas...