13 de septiembre de 2008

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En el tiempo hay una parte vacía, que no es posible rellenar con llanto, por lo que es necesario rellenarla con una manía inconfesa de alcanzar el insondable infinito que implica la existencia de alguien más. Y, ¿qué es esa cosa que pasa con nosotros? ¿Qué más da la vereda que se escoja para llegar al inevitable precipicio? Y, sin embargo, aquí estamos, firmes y decididos a encontrar algo que siempre se nos ha presentado como inexistente: la satisfacción. ¿Satisfacción de qué? No importa en absoluto: satisfacción de una carencia en cada caso (y si alguien se atreve a hacer la pregunta necia, la respondo: carecemos de todo, excepto de nosotros mismos, quiero decir, de nuestra compañía). ¿A dónde llevamos todo esto? ¿Por qué nos odian?

También se sabe que a las únicas personas a las que realmente podemos hacerles daño son a las que nos quieren, a las que confían en nosotros ¿Por qué confiar? ¿Por qué no? Es necesario para vivir; es, la mayoría de las veces, por pura comodidad, para ahorrarnos el trabajo que implica desconfiar. Obviamente, no les confiamos la vida, mi vida se la confío únicamente a ella, a quien no le puedo negar algo que no me pide, pero ahí mismo está la cuestión ¿Qué vale el que yo le dé mi vida, si no puedo no hacerlo? Y, antes que todo, perder, para siempre perder.¿Dónde, dónde, dónde está?

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