16 de mayo de 2010

Algo crece en los puentes (hommage à Mallarmé)


Opacado por la penumbra que proyectan las púrpuras cortinas del desengaño amoroso y del cinismo hedonista, mi carácter, desalmado como de costumbre, ha conseguido llegar hasta tus más íntimas comarcas bajo la forma de cordial brisa y de inofensivo polen, impactando azarosamente el templo de cúpulas trigeñas y de pedestales apiñonados que configuran parte importante de lo que eres. Y con aquel dejo de tus carnes manchadas de ese azul tan puro y tan poco sacrílego que soy cuando duermo a tu lado, girando todavía alrededor de las quijadas lánguidas de ángel y de las horas carcomidas por la serie de pantallas en blanco que sólo tú y yo hemos podido rellenar, añoro al fin la sutil retirada. La mayoría de tus dedos, esos mástiles fragmentados y de cojines tallados con jeroglíficos irrepetibles, han señalado el lugar común, pretérito y perfecto, para la consecusión de nuestro deslices y de nuestros desagradables pero apasionados trances, de esa intimidad que se cuela por enmedio de los ilimitados espejos, y que agranda cada vez más el camino entre lo vedado y lo suelto al sol, vociferando palabras áureas todos los días, llenas de un pletórico significado latente.

Superada la falacia de todo lo que somos y lo que hemos sido juntos, dime, ¿qué podría salir mal? Muy pocas cosas de valor se han llegado a forjar desde la salvaguarda total de los bienes y de los tesoros propios, aún si las urracas perseveran en triturar con sus envidiosas pupilas las orillas rosáceas de las pulidas intenciones. Deviniendo de manera acre pero suavizada en esa criatura polígama y de muchos puertos que ahora puedo preciarme de ser, es también evidente que la luz ya no nos daba lo mismo, esa esencia de luciérnagas muertas que solían darle forma a nuestras mediocres aspiraciones cuando eran arrojadas desde lo alto de la mañana, plenas de albricias y de cajones vacíos, impregnadas de olor a lavanda y de todas las mágicas nimiedades que nadie pudo alcanzar a capturar, más que tú y yo.

Nos vemos obligados ahora a recuperar esas rígidas y marcadas pausas que se le imponen al intrépido cazador de intensidades, no importando si se es güelfo o gibelino, sino más bien procurando medir, a través de la decantación cuidadosa de las gotas del desprecio hacia lo mundano, lo hermosamente cruel que se logra transparentar a través de los ágiles desenlaces de nuestros secretos encuentros. El momento surge, bosteza, llenándose de árboles hirvientes y de frágiles crestas de vidrio aéreo que no conviene mandar a paseo todavía al soplarles, ni por todas las pausas del mundo. Así es como tú permites que haya lunas, y seda, e insectos de toda clase, manifestándose toda la serie de estructuras cosmológicas y teocráticas que exigen los crédulos y los ingenuos para construir sus diamantes con paja y con heno, como es su costumbre. Sacas el guante con salvaje marrullería, y ensartas las perlas metálicas en el hilo que las mantiene unidas, una por una, logrando así que las barreras que antes separaban el ensueño y la fantasía se quiebren para siempre, como un inútil e innoble jarrón de cemento.

La culpa es tuya, y no del viento. Bien lo sabes, aunque pretendas ocultarlo. Es tiempo ya de sacudirte esa serie de inútiles premisas que no le hacen bien ni al más robusto de los ánimos enfermos, y mucho menos considerando lo particular de tu paisaje interno, desbordante de auroras y descuidado de inextensos atardeceres que han ido floreciendo a la deriva ¿Qué se puede decir sobre el caso, si no viene al caso decir algo? Héme aquí otra vez, atravesado por disímiles puntas de cabello y por primitivas facciones enclaustradas, con todas tus máscaras, todos juntos sentados en la antesala de la auto-conciencia, como esperando el trazo y la sed, la vuelta de todo, el faro encendido de la vereda hacia la serenidad, inútilmente, desde luego ¿Y por qué digo "inútilmente", de dónde ese desprecio, esa farsante pose de víctima, de cordero amagado, de apurada cicuta que se desliza con remordimiento sobre la garganta del sabio? Si estoy aquí hoy contigo, no es por deber ni mucho menos por beneficio propio: es porque me da la gana.

La libertad de arbitrio es un milenario misterio que ni tú ni yo podremos desentrañar jamás, ni siquiera bajo la comunión de nuestras almas, porque nunca se ha visto que un hombre completo arrastre tras de sí las anclas de los pescadores, ni que se ensucie las manos cuando los demás arrecifes han dejado su discurso incompleto. Si hemos sido orillados a amarnos y destruirnos al mismo tiempo, que así sea, y no de otra manera. Retroceder es un gesto impuro, la voz opaca que ahuyenta a las gaviotas. Cálmate, seca tus lágrimas, y regresa tus prendas al lugar que ocupaban antes sobre tu cuerpo, y mejor opta por pensar que, si atinamos en nuestra predestinada jugada, la espiral de las jornadas sabrá recompensarnos.

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