26 de mayo de 2008

olor que fuiste


Fue tras el humo de E., le pidió fuego y le soltó una de sus líneas de puta; E. escuchó, pero cuando volteó para mirarla se le olvidó otra vez; vio primero el delicado, pero la boca se abrió para sonreír y vio los dientes limpios y parejitos, completos además, y empezó a percibir el olor; primero leve, cada vez más presente, de sucia, de cama también sucia; de bilé, de sol y noche; de perfume fino y de sudor, el suyo y el de otros. Seguramente el de otros, porque venía del escote, de la piel de en medio de los senos que ya se veía amarilla de semanas, de ese rincón tibio donde—se acordó—se arremolinaban tantos y tantos átomos eternos, porque eran eternos; ahí en medio tenían que ser eternos; enterrados en la saliva seca, evaporando los besos muertos con su remolino, por eso tibio y amarillo. La puta le devolvió el fuego y le dijo otra cosa; le echó el humo en la cara, pero sin humo, el puro aliento, que era más pesado que el aire; también olía y quemaba más que el amarillo de abajo; más lento, como de caño y fideos, también tibio. La puta se acercó más y debió de haber bajado el precio porque se mojó los labios. E. no sabía qué hacer; le dijo que no tenía dinero y de verdad no sabía qué hacer; no por el dinero, sino por el amarillo tibio de en medio y el blanco de todo lo demás que parecía más bien frío; y también el humo, el de ella, y sus ojos de veintisiete, cafés y casi felices, todo ahí enfrente. Era eso porque sabía, o al menos eso se había inventado y lo creía, que con las putas no había gran cosa y acababa pronto. Sí, acababa cuando dejaras de pagar y había todo lo que tú quisieras, siempre y cuando lo pagaras, pero no era lo que tú querías, nunca eso. Estaba lo de los besos, por ejemplo, que a las putas no más no, y todas las demás cosas; de verdad no sabía qué hacer; no sabía por qué ni cómo pagar por hacer la represión de un deseo que mientras más reprimido mejor, y también más caro, sobre todo cuando el deseo era el origen mismo de todo el negocio.

* * *

Acaso lo anterior es cierto y actualmente lo erótico hace frente como mero negocio entre extraños, desconocidos y aburridos de sí mismos. Quién sabe.
Eduardo C.

1 comentario:

Ian Karuna dijo...

¡Ay de aquel mercader que comercie con el oro de sus propios huesos! Hay que saber oler...