1 de diciembre de 2008

Ángela (fragmento)

[…] Ángela: tú me miras como si las moléculas de tu piel no desearan unirse en esta cohesión misteriosa que es tu cuerpo y tu vientre se estremece. Ahí, perdidos entre nada, porque el espacio de la cama de dos que se aman, a veces es tanto como nada, nos tocamos con el frío que una noche de octubre ha levantado desde el suelo y la sombra del ciprés de tu patio y, Ángela, la noche nos cala los huesos, pero yo te aprieto contra mí y tú te fumas un cigarrillo. Me arrojas hacia esa esquina prohibida de la soledad que ahora se llama deseo y tu cama tiene una delicadeza inmóvil que me hace reír, pero sin querer. Tú preguntas enfadada “¿porqué te ríes?” y yo, que soy tan frágil como tú –porque tú eres un ave de cristal, que baila en los crepúsculos como una estrella muriente– nunca en mi vida he ignorado algo con tanta vehemencia. Y me dices que si estoy pensando en María, y me reclamas haber hablado por teléfono con Isabel, y me dices que cuando escribo no somos nadie, que la vida es otra cosa y que ya no importa si tú y yo poseemos la fuerza inconfesable de los niños, y yo sólo te miro, porque no sabes lo que duele que fumes así, que te suprimas como te suprimes ahora, que te esfumes como se esfuma la inocencia en tres instantes; el primero, el de la muerte, el segundo el del amor y el tercero el de la vida. Tus labios, que son fuego se callan y se marchitan en el silencio de unas hojas tristes de ciprés en otoño, y te mojas la mejilla sin querer y tu cigarro se termina, como se terminan las cosas, como se va un sol infinito y se quedan sólo las olas y el sonido breve y potente del olvido, de lo que no fue, de tu cama sin poder moverse, del reloj idiota que apunta que son las tres de la mañana y que nos perdemos en las sabanas, y nos perdemos en mirarnos, nos perdemos en perdernos, pero es que yo no puedo perderte. Siempre vuelves como una ola, acarreando sal y tú sabes salina, sabes amarga, sabes a cigarro y a que ya olvidaste porqué tu lengua me busca como un niño pequeño que tiembla ante el vacío.

Pasan las horas y nos buscamos, como las semillas el suelo… cayendo con una fe, infinita y germinal […]

1 comentario:

Ian Karuna dijo...

Gran estilo: una fluidez inusitada recore tu prosa poética, verdaderamente disfrutable, conmovedora. Porque uno puede beberse la vida en tan sólo un trago, y disfrutar del paraíso con tan sólo un soplido en el cuello. Sólo hay que dejarse llevar: ligero, eterno, lúcido y sin reflexión alguna. Hay que saber decir "sí" santamente. ¡Qué importa que sea una o que sean todas! ¿Qué no en el fondo es lo mismo, âtman es Brâhman?