1 de diciembre de 2008

Domingos

Ver cómo se van las formidables configuraciones del tiempo se ha vuelto nuestro pasatiempo favorito. Nos hemos comido completamente, uno al otro, impulsándonos recíprocamente con dulzura y violencia de niños. Tú y yo ahora somos el actuar incesante de las tensiones inmedibles de una corriente del mar adriático. Nos apagamos con el duermevela del tiempo, sólo para encendernos de nuevo, espontáneamente, como los fuegos de un rayo, para ser nuevos y los de siempre, como los días y las horas. Me tomas y sonríes, me llevas a donde tú quieres y viene a coincidir tu querer con el mío, viene a coincidir tu amor con el mío, tu desaparición con la mía, tu desgarramiento con el mío, tu soledad con la mía. Venimos a ser tú y yo, venimos a ser formidables configuraciones del tiempo. Reparamos en nosotros mismos y la felicidad mía ha devenido la misma que la tuya. Así pasamos nuestros domingos.

2 comentarios:

Ian Karuna dijo...

Sí: cada vez estoy convencido un poco más de que nunca he amado de verdad a una mujer. Esa entrega, esa fusión anímica, esa espontaneidad reflejada en tus textos en relación con otra persona... no. Aún no. Esa puede ser la respuesta a muchas preguntas, a muchas cuestiones en mi interior. Tal vez soy demasiado vulnerable, o demasiado idealista, o demasiado torpe, muy inmaduro para ellas. Me falta valor, o suerte: un poco de las dos. Sobre todo, experiencia. Si el cielo es benévolo conmigo, algún día habré de probar aquel elixir, de embriagarme con ese dulce vino cálido y aromático del amor conyugal: eso espero, al menos. Espero no estar condenado por siempre a la más llana sobriedad. Disfruta mientras de tu sutil borrachera, y por favor olvida todo lo que he dicho aquí.

Anónimo dijo...

Los domingos invasivos, una mano, un movimiento browniano llegando suave y cálido al cerebro, hasta un punto hedónico, ¿Qué es ese extraño domingo invasivo? ¿Qué soy yo, frente al espejo, cíclope inherente? ¿No sería artimaña de prestidigitador, de violenta vecina, meterme en tus domingos, meternos en tus domingos maravillosos? Y sí, al final según la rueda de la marea, la soledad, no la soledad vanidosa, es la protección de mi vitalidad.