17 de junio de 2008

Apuntes sobre el sentido filosófico del erotismo



El desarrollo teórico en la historia de la filosofía acerca del tema erótico es, sin duda, uno de los más apasionantes tópicos que se han explorado y que conllevan gran importancia en lo que concierne a nuestra naturaleza humana, según mi particular punto de vista. Al mismo tiempo, me cuesta trabajo tratar de recapitular alguna propuesta filosófico-sistemática que haya puesto un empeño directo y verdadero en tratar de desentrañar los problemas que ésta genera. Quizás por que los problemas eroticos mismos, desde estos pensamientos, se subsumen a otros problemas filosóficos, quizás por descuido, quizás por un acto deliberado de supresión negativa por parte del filósofo.

Podemos mencionar quizás como excepciones, entre los que vienen a mi memoria ahora a Platón, los renacentistas platónico-herméticos, Schopenhauer, la vertiente Sakta-Tántrica del hinduísmo, etc. Sin embargo, debido a mi actual ignorancia, no estoy seguro si haya existido alguno que se ha avocado al problema de lleno, desplegando toda su problemática en la amplitud y cuidado que ésta merece, y no sólo como rama o comentario filosófico derivado de reflexiones más generales. Quizás Bataille se salve de todo esto.
Parece haber una naturaleza intrínseca, dinámica y dialéctica del erotismo, vista desde sus inherentes dos facetas nunca disociadas del todo, es decir, de dos de los principales sentidos (si no es que los únicos dos) que impelen a la acción o a la toma de decisiones dentro de nuestra existencia en el terreno ético-político; reguladores, parámetros y motores de nuestra construcción vital: el placer y el dolor.
El erotismo se puede abordar, según veo, desde dos vías: la vía de la búsqueda del placer y el auto-conocimiento al encuentro con otro o la vía del encuentro y reconocimiento desde nuestro yo, con uno mismo: el auto-erotismo.
Ya sea por cualquiera de las dos vías, la situación ontológica del sujeto dentro del marco del erotismo siempre se ve activada por estas dos realidades antes mencionadas, la del placer y la del dolor. El placer provocado al encuentro erótico y la experimentación de las delicias del amor y la sensibilidad a flor de piel, siempre va precedido por un malestar constante y cotidiano cuando no se llega a ese status, cuando no se consigue lo anterior: parecerían dos realidades indisociables, bajo diversos grados, las mismas que sólo intercambian lugares simultáneamente en su manifestación sensible.
Puesto que nuestra naturaleza instintiva activa inconscientemente las pulsiones que nos llevarán (o nos debieran llevar, no en todos los casos se cumple) a una posterior reproducción de la especie, tal y como sucede en el reino animal (según del cual, tengo entendido, también somos parte), en cada manifestación o estímulo sensible del exterior que tenga alguna connotación erótica, nuestro organismo responde directamente mediante un enfoque de nuestras capacidades perceptivas a ese objeto, provocando una intensa reacción parecida a una fiebre o a un nerviosismo, dependiendo de la intensidad de ésta, con el fin de concretar el acto amoroso con él, o la experimentación de cualquier tipo de práctica erótica con este mismo.
Somos partícipes de estos estímulos todo el tiempo, y en el devenir rutinario es difícil, y yo diría prácticamente imposible, permanecer practicando el acto sexual en cualquier momento o en cualquier lugar. Además, no todas las personas o imágenes que producen en nosotros una atracción sexual están dispuestas a la plena realización del mismo, de lo cual se deriva una sensación de desazón y de ardor interior, un mal fisiológico que se ha denominado deseo. Es el dhukka (sed) budista, es la penia platónica.
Como es lógico, este deseo sólo puede ser apaciguado temporalmente, en último término, por las dos vías eróticas señaladas anteriormente: la relación sexual en cualquiera de sus prácticas o el auto-erotismo. Sin embargo, es menester reflexionar más profundamente sobre la naturaleza de este fenómeno que nos resulta tan vulgar o cotidiano.
¿Qué tiene este placer de especial para nosotros? ¿Qué es lo que sucede exactamente en nuestra conciencia al encuentro y experimentación de ese momento cumbre del erotismo que se ha convenido en llamar como orgasmo? Desde mi punto de vista, allí, como en las ceremonias religiosas de prácticas extáticas o en la ingestión de sustancias psicotrópicas para fines rituales, la médula de lo sagrado de muchos pueblos, sobreviene el fenómeno de la disolución del Yo, o la liberación de las determinaciones y restricciones que le impone nuestra corporeidad a nuestra espiritualidad. El lenguaje y la lógica pasan a segundo plano, y la estructura ordenada del mundo es suspendida por unos breves momentos. Es la ataraxia helenística, es el instante heideggeriano. En todo caso, en cualquier circunstancia, al saciar cualquier tipo de deseo estamos experimentando un placer relacionado con la pérdida momentánea del dolor psico-somático o de incomodidad existencial, en la cual también se disuelve la personalidad y la concepción racional y ordenada del mundo.
En nuestras necesidades más básicas como el orinar o el defecar, e incluso en situaciones aparentemente nimias, como ser presa de una fuerte comezón, y de otras no tan nimias como la experimentación de un dolor muy fuerte, en el momento mismo de la curación o de la expulsión de las excrecencias, de la satisfacción apaciguante de rascarse o de calmar el fuerte dolor, las barreras de la construcción del mundo se eliminan un poco o un mucho, y sólo podemos intuir lo que está a nuestro alrededor a través de esta experiencia placentera de la calma del dolor o malestar del que somos presas.
Sin embargo, y si fijamos la vista más detenidamente, son también las divisiones entre las que podemos situar la experimentación del placer y su inmediata disolución momentánea de la subjetividad y su esquema ordenador: una de carácter que impele a externar nuestro malestar o expresiva; y otra que, viniendo desde la exterioridad, calma nuestras afecciones, a la cual llamaremos curativa.
La experimentación del placer expresivo se da en cualquier tipo de manifestación o emisión a través de alguna actividad en específico con el fin de expeler el dolor o malestar que nos abruma cuando estamos bajo ellos. Esto, puede abarcar desde el nivel más escatológico como el de la expulsión de la orina o el excremento, hasta el más depurado como la práctica artística en cualquiera de sus facetas. En los polos, la naturaleza es la misma: darle salida a eso con lo que no podemos continuar con nuestros procesos normales y nuestras actividades cotidianas. Por otra parte, la experimentación del placer curativo se da cuando un agente exterior logra reparar nuestra interioridad al restaurar la integridad ontológica propia. Esta liberación del dolor y alcance del éxtasis se da, igualmente, en varios niveles; podría verse en un nivel curativo más inmediato y obvio como un recurso médico en una herida corporal o en un fuerte dolor en algún miembro del cuerpo hasta un nivel más elevado, como la experiencia estética-catártica con una pieza musical o alguna obra de arte en particular.
Habiendo hecho esta distinción, ¿en cuál clasificación cabe localizar al deseo sexual? Parece que lo más obvio es colocarla dentro de la experimentación del placer de tipo expresiva o de expulsión del malestar, trayendo como resultado la suspensión de las categorías subjetivas de tiempo y de espacio, e incluso para algunas filosofías, la fusión con una realidad unitaria, inefable y demás características trascendentales. Entonces, ¿cabe una plena identificación del orgasmo, cumbre del proceso erótico, con una experiencia estática religiosa o mística o con la ingestión de catalizadores psico-trópicos con fines rituales, o es lo anterior una exageración? No es seguro afirmarlo, al menos hasta no haber hecho una experimentación comparativa de tales vivencias, lo cual no es nada fácil, ni todo el mundo está posibilitado para su realización, según creo.
Según sabemos, el erotismo, aunque teniendo el orgasmo como uno de sus fines, es un proceso complejo en el cual se juegan muchas emociones que si bien están reguladas bajo el placer y el dolor, habría que ponerse a pensar qué tanto todas estas se encaminan hacia el orgasmo mismo o hacia otro bien en sí mismo, como la compañía de alguien con el fin de compartir experiencias y momentos a lo largo de la vida, o la misma estabilidad emocional que brinda el reconocimiento de ese otro que es un bien en nosotros, y que no sólo nos proporciona placer de ese tipo, sino un tipo de comprensión, bienestar y satisfacción de nosotros mismos.
No creo, basado en lo anterior, válido reducir al erotismo a la sola búsqueda del orgasmo, aunque sí sería la anterior la principal de sus metas. Y siendo esta una meta, habría que preguntarnos hasta qué puntos fenómenos no eróticos podrían también funcionar como metas en sí mismas, siempre y cuando nos conduzcan a este momento de comunión con lo existente en su nivel más puro, en la eliminación de los parámetros del ego y de las relaciones lógico-lingüísticas entre las cosas. Estas especies de explosiones fulminantes suceden a nuestro interior y que nos abren a cosmovisiones y experiencias fuera de nuestros parámetros normales, parecen ser las que regulan de alguna manera nuestros usos y costumbres. La mayoría de las personas busca en algún punto la suspensión de la subjetividad y el escape de la conciencia, ya sea por el método erótico, ya por otros como el entretenimiento masivo o la euforia colectiva, los cuales son importantes factores es de la emoción humana; otros mediante algunas bebidas embriagantes, sustancias alucinógenas o calmantes, puestas artísticas o experiencias de cualquier tipo que ataquen al principio de individuación y al movimiento rutinario de subsistencia humana.
Desde esta perspectiva, el erotismo, más allá de un puro fin reproductivo, se da como fenómeno al resultado natural ante las urgencias corporales y las necesidades psíquicas de búsqueda, en un sentido epicúreo, de mayores placeres y menores dolores, siendo la culminación de éstas, dicho de manera mística, aquellos momentos en donde no somos nosotros mismos, si no todo lo que hay. Desde la perpsectiva opuesta, en último término… ¿no va todo este juego de altibajos sintomáticos encaminado hacia la reproducción de la especie en sus mejores circunstancias posibles? ¿Qué son el placer y el dolor sino parámetros reguladores para la preservación de las especies? Díficil decidir cuál circunstancia antecede a la otra, tanto en importancia como en originalidad. Hay realidades básicas que trascienden nuestra comprensión inmediata, como los mismos designios bajo los que se mueve el último estrato de nuestra naturaleza.

1 comentario:

David Arsallo dijo...

Un comentario algo atrasado:
"He leído tu texto y me parece excelente. Aborda de manera tenaz una de las efectividades de la realidad erótica y aún queda mucho por escribir a ese respecto. A pesar de algunos de sus presupuestos fisiologistas (lo dicho respecto al placer y al dolor, y sobre el orgasmo como meta) pone la cosa en cuestión muy adecuadamente. La anulación de la individuación como causa de placer es aún misteriosa y la mística padece, en mi opinión, del olvido de la circunstancia histórica de las construcciones sociales.